martes, 30 de diciembre de 2008

Empezar todo de nuevo

El primero de enero (del dos mil),
aunque siga muriéndome por ti,
me iré con la primera que me quiera.
(Joaquín Sabina)







Entramos al décimo año del nuevo milenio con las pretensiones reconstituyentes de toda la vida. Que el cambio de calendario traiga mejoras y destierre lo negativo del año que pasó. Anhelos que transcurren entre amuletos, acertijos, tradiciones y verbenas fulminantes que aspiran a marcar inicios que generalmente son meras continuaciones o limbos sin pertenencia a un tiempo determinado. Sólo son recuerdos de años nuevos viejos.

Hay un deseo de renacer cada año. De ser una persona mejor ante la inminencia del avance del tiempo. Crecer, ser más sabios, más ricos. Ser otros. El 31 de diciembre se convierte en un paradigma de la meta de una carrera que corrimos sin darnos cuenta y que sólo al acercarse su final se empieza a aumentar las revoluciones, con el pedido de que, al llegar, la correría empiece de nuevo. Desde cero.
Pero en su naturaleza de tiempo bisagra, esas contundentes 12 de la noche del día en cuestión, permutan en un espacio que abarca mucho más que su materialismo horario. Puede durar horas de horas entre abrazos, llamadas telefónicas, llantos, descorchamientos de botellas y uno que otro cohetón capaz de llevarse la alegría (y uno que otro dedo del pirotécnico distraído) con su sonoro estallido.
Los días de antesala al momento también poseen fortaleza en sí mismos. La Navidad, tiene en su naturaleza cristiana, el poder de reunir a familias distanciadas y convocar abrazos donde antes sólo hubo cachetadas. Tuki tuki tukituki.
Pero es el 28 de diciembre el día que despierta intrigas. Una fecha que nace como recuerdo bíblico de una masacre inmisericorde y cuyas víctimas fueron bebés de cuna. Le dicen “Día de los Inocentes” y se conmemora con la palomillada de rigor. Los humanos siempre podemos reírnos de todo y de todos. A la broma se prestan hasta los periódicos, que ponen notas falsas con el deseo de “entretener” al lector despistado. La risa, sometida a la imaginación de un editor con mucho tiempo libre.
Cumplidos los rigores religiosos de las fechas pascuales, el 31 de diciembre se presenta pagano y liberador. La familia se cambia por los amigos y la solemnidad se trasforma en francachela, (o en chela Franca, sin ánimos de parcializarse por el sabor de una cerveza u otra). Pero ese instante también posee sus preparativos. Nada se improvisa a la hora de cambiar de tiempo.
El lugar escogido por el peruano promedio es normalmente la playa. Algo hay a las orillas del Pacífico que invita a la gente a hacer sus reuniones de fin de año mirando el mar. Las botellas se destapan con velocidad en el escenario costeño y sabe Dios cuántos chapuzones de 12 de la noche se inician con el nuevo año. Bienaventurado el Perú de litoral que tiene verano de sol en sus días de fiesta.
Pero no sólo las manadas tienen derecho a la festividad. Los solitarios despiadados se lanzan en pos de sus propias cavilaciones y propósitos a seguir. Conseguir amigos para pasar el siguiente año suele ser una de las intenciones más votadas a la hora de la soledad.
La resaca se instala el primero de enero y la mera contemplación duele. Faltan desde entonces 364 días para volver a vivir y mientras tanto solo queda la carrera lenta que culminará el próximo fin de año, con el pensamiento perenne de volver a empezar todo de nuevo, una y otra vez, hasta que en una de esas el tiempo, finalmente, se detenga.

viernes, 26 de diciembre de 2008

La Canción Secreta

Esta es una canción secreta, hecha por esa Caperucita/Lobo Feroz que es Christina Rosenvinge. El tema llega vía mail y es toda una jarana. La idea es que se la pasen a sus queridos, como yo a ustedes. Les pongo la carta original de la Rosenvinge. Lloren si quieren. Descárguenla aquí.

Mis queridos amigos
Os mando esta canción que no está en el cd, que nunca he tocado para nadie, que no creo que oigáis en la radio (es un antisingle), en fin, esta canción secreta con la que llevo meses peleando, que se niega a existir, me hace el vacío y lo que es más, que me detesta por haberla escrito y ha llegado a amenazarme.
Como yo le tengo mucho cariño a pesar de nuestras diferencias y me apena esta situación he decidido darle una vida secreta y os la regalo para que a su vez se la regaléis a vuestros amigos, y vuestros amigos a su vez hagan lo mismo y así llegue hasta cualquiera que la pueda apreciar. Por favor, ayudadme a alargar su pequeña vida azarosa en el secreto de vuestras casas (aunque ella no esté de acuerdo y no quiera saber nada del asunto)No os cortéis y pasarla de mano en mano junto a esta carta. Quién sabe a dónde llegará!Un beso muy, muy grande (y nada secreto en cambio) para todos, y mis mejores deseos para el año 2009
Mua
Christina R.

jueves, 18 de diciembre de 2008

La otra Galaxia.

En Miraflores (de Arequipa, no la capital), existe un poblado llamado Galaxia, donde la gente vive con lo justo y no les alcanza. Allí, la falta de agua los está devorando y en ese escenario esperan la Navidad. En la brega, dos casos trágicos: Lourdes, a quien la Beneficencia le quitó a sus 4 hijos porque ella no puede mantenerlos, y Magaly, que se queda viviendo allí sin poder salir a trabajar para poder estar con sus guaguas, y que nadie pueda quitárselas.



Pd: Lourdes me recordó a Apolonia Benique, a quien entrevisté hace algún tiempo. Hasta donde sé, nada ha cambiado.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Piedad de Puno

Cierto es que Puno no es de mis ciudades favoritas. Es más, creo que Juliaca es un lugar que me he soñado o, peor aún, inventado. Pero sí hay cosas al borde del lago que perturban de buena manera.
Vero (the woman formerly known as Jessica) se fue a Lampa junto a los muchachos de la productora Santiago, en busca de las réplicas de La Piedad, esa obra monumental de Miguel Ángel, y con ese material hicieron el documental de sus vidas. Casi casi listo, este es el avance de sus pesquisas. Hay que verlo.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

La carta

Con algo de resistencia, aquí está. Esta es la carta que obtuvo el segundo puesto en el concurso "Una Carta de Amor" (re cursi, lo sé.) de Caretas, que salió publicada el 31 de marzo del año 2005. Dos cosas. Primero, esa carta tenía destinataria fija y aunque posee algunas licencias literarias, así vivíamos. Segundo. Alejandro Lira Landa, maestro mío, me dijo que al final las cartas de amor uno las escribe para uno mismo. Tiene toda la razón.
Sospecho que algo tramas. Llamaste ayer para avisar que llegas en el vuelo de esta noche y estoy asustado. La casa está hecha un desastre. Pero el regaño no será porque encuentres la sala sin barrer o la cama mal tendida. No. Algo te traes.
Vienes por una razón distinta a las de antes. Hoy no regresas para que vayamos a caminar por ahí ni para demostrar tu alucinante manía de doblar las servilletas en cuadraditos de todos los restaurantes. Hoy será diferente.
No preguntaste al llamar si hace frío o calor para ver qué ropa traes ni me recordaste esos tres años que, por ser menor que tú, me perdí de los turbulentos setentas. Algo tramas.
Supongo que no es nada serio, simplemente alguna corrección que quieres hacer en nuestra relación. Nos espera entonces una conversación mediana donde expondrás tus ideas sin que yo te pregunte nada. Al final saldremos a tomar algo y en la puerta dirás; “péinate loquito”.
¿Entonces de qué me preocupo? Lo más seguro es que tiene que ver con el anillo que compré hace meses y que en cada una de tus visitas jamás tengo el valor de darte. Entonces el que algo trama soy yo. Creo que este fin de semana tampoco te lo daré y cuando te marches me quedaré como de costumbre, buscando por toda la casa cualquier cosa que olvides para ponerla junto a la cinta de tu pijama, tu foto, una media, y claro, las servilletas cuadradas que recojo sin que te des cuenta.
Mejor me apuro, debo ir a recogerte.


Pd: En este link se puede ver parte de la nota que salió en esa edición de Caretas: http://www.caretas.com.pe/Main.asp?T=3082&S=&id=12&idE=613&idSTo=0&idA=13791

lunes, 17 de noviembre de 2008

Volver a creer

REM lo hizo todo bien. Logró que las más de 35 mil personas que allí estuvimos, nos llenásemos de la energía perdida viviendo durante años vidas normales. Michael Stipe nos demostró que todavía uno puede encontrarse con sus sueños. Con la verdadera vida.

Hay que recordar. Evocar con los ojos entreabiertos los momentos en que uno escuchó por primera vez “Everybody hurts”. Hay que trasladarse a los días en que escuchando “The One I Love”, uno pensaba “sería genial que un día vinieran”. Sería genial.
REM llegó un día jueves por la noche al Perú, exactamente a las 9 y 40 de la noche. Michael Stipe, Peter Buck y Mike Mills pisaron suelo nacional para ser llenados con elogios, gritos y regalos. El viernes siguiente, devolverían esos gestos con el mejor concierto que ha habido en el 2008.
Esa invención llamada Lima Hot Festival arrancó a las 6 y 20 de la noche, con la presentación de los Turbopótamos y luego de Cementerio Club. La gente llegaba por grupos y el Estadio Nacional se convertía en la cofradía de los recuerdos, en el ágora donde todos los presentes veríamos un sueño.
La banda Travis cumplió muy bien su cometido. Su frontman calentó la noche con una excelente performance, donde sus temas más sonados “Side”, “Sing” y “Why Does It Always Rain On Me?” pusieron el ambiente listo para la llegada de lo más esperado.
A las 10 de la noche, en una gigante pantalla de leds se podía leer “Buenas Noches”. Michael Stipe salió a cantar lo más reciente de REM, un par de temas de su disco Accelerate. Todos respondieron de la única forma en que se puede contestar a un dios terrenal. A gritos.
Sin anestesia, Stipe arrancaba con “What’s the frecuency, Kenneth” y seguía disparando su voz contra todos los presentes, que hacía rato ya se habían muerto, abrazados a los amigos, o solos con los brazos cruzados y la mirada perdida, o fumando en mancha sustancias de consecuencias festivas.
La extraordinaria “Imitation of life” se instaló en los oídos de todo el Nacional, iniciándose un pogo demencial que alcanzó su mayor apogeo cuando Stipe decidió que ya era hora de que todos gritásemos “FIRE!” en el coro de “The One I Love”.
Para quienes se reventaban la cabeza en los 90’s con “Losing my religion”, el momento de la canción fue tremendamente emotivo. Ya se podía confirmar lo que estaba ocurriendo delante de 35 mil pares de ojos.
Stipe quiso regalar algo extra al público peruano y cantó una versión bastante particular de “Let me in” (canción dedicada a Kurt Cobain, luego de su muerte). Luego “Electrolite” y el pedido de Michael de que todos encendiésemos los teléfonos celulares. Nos había despojado deliciosamente de toda voluntad propia.
Cuando ya se acercaba la medianoche, nos obligaron a despertar. REM dijo adiós tocando “Man on the Moon” mientras los demás sólo gritábamos If you believe they put a man on the moon...
Yo creí.

PD: Mi camarada Varguitas también estuvo allí. Su versión aquí.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La feliz presencia del gris

La ausencia del color no es triste. En lo absoluto. Un universo en escala de grises posee la estampa de la luz en su forma más elegante. Fotografiar en blanco y negro permite devolver distinción al mundo que vemos todos los días con nuestros ojos multicolores

Siempre hemos sospechado que los perros ven en blanco y negro. Y en efecto son meras sospechas ya que no se sabe de algún can que haya revelado en lengua humana lo que sus ojos ven a la luz del día. Pero es muy posible. De allí esa cierta nobleza del animal al observar al amo, al que seguramente ve como una estampa majestuosa en gris, como una foto del pasado, cuando todos eran caballeros de frac y bombín.
Pero el mero hecho de estar en blanco y negro no necesariamente le da garbo a una foto. Al prescindir del color, los encuadres deben ser más poéticos, buscando la maravilla que se esconde en las posibilidades de la luz y la sombra, como en el principio de ese arte. La fotografía nació en blanco y negro.
Desde los primeros maestros del arte bícromo hasta quienes ahora, apoyados por la tecnología, buscan transformar todo en photoshop, siempre ha habido un común denominador y es imprimirle una carga romántica a la imagen, para que las evocaciones sean más melancólicas, como para hacernos creer que la foto no es de este tiempo, ni siquiera de este mundo.
Una realidad en ausencia de color se vuelve más compleja, ya que carece de los recursos facilistas que tiene el color, donde el cielo es azul, el campo verde y la felicidad polícroma. En el gris, hasta los paisajes tienen personalidad enmarañada. Y la gente, parece iluminada.
Y la atmósfera también entra en sospecha. En el mundo real, a los colores hasta se les ha asignado temperaturas, siendo cálida o fría una foto dependiendo de tono predominante. Allí están los filtros que ayudan a saturar de rojo, azul o verde, a pedido de quien maneja la cámara. Del lado de la ausencia, todo siempre será fúnebre y hasta macabro ante los ojos de un espectador poco avisado, pero no necesariamente es siniestro.
Paradójicamente, el color a veces parece privarnos de los sutiles matices de la vida, confundidos entre lo chirriante y fosforescente. Hay que ver más allá del color. Como los perros.

viernes, 17 de octubre de 2008

A solas con Guillén.

No, no es lo que piensan. El presidente regional de Arequipa nos dio una entrevista exclusiva para hablar de la salida de Leyton, su amistad con Yehude y sus fantasías ministeriales. Las cámaras y la edición son, para variar, de José Luis Sarcco.
Pd: Está en dos partes, no sean ociosos y esperen a que carguen.



martes, 16 de septiembre de 2008

El fin del mundo, otra vez

La activación del Gran Colisionador de Hadrones generó conmoción mundial ante la posibilidad de que el experimento físico más importante en la historia, terminara acabando con la vida como la conocemos. Una visión apocalíptica que seduce a muchos ante la idea de semejante posibilidad. Los tanáticos están de plácemes.

El espectáculo del fin de todas las cosas merece un público que no se mate antes de que suceda. Pero esa audiencia no será humana. Lo sabían quienes en 1910 decidieron hacer fiestas demenciales esperando el fin absoluto, que traería el cometa Halley en su paso a 6 millones de kilómetros de la Tierra. Pensaban en esos días que la cola del cometa contenía sustancias que al entrar en contacto con la atmósfera, generarían una nube sulfúrica que no dejaría piedra sobre piedra. Los suicidas saltaban de los puentes y los perturbados preferían quitarle la vida al prójimo antes que la propia. Fue, en efecto, el fin del mundo.

La bíblica propuesta de que las cosas se destruyan ante nuestros ojos aparece endemoniada en el libro Apocalipsis. Saldrá Satanás y toda su caterva de parientes a tratar de encandilar almas de buenos y malos. Los primeros son más cotizados. Como Dios no aguanta tanta jarana, vendrán los 4 jinetes de lo imposible y pondrán las cosas en su lugar, muertos, heridos y condenados mediante. Se acabará entonces esa humanidad perversa que conocemos como nuestra y empezarán los días en donde todo será bondad. Los malos, al fondo. No hay sitio.

La idea de perder la vida en un evento global a algunos no les convence. No quieren que el fin de sus días lo determine un suceso inevitable. El humano busca el control de todas las cosas, hasta de su destino. Ni siquiera puede controlar sus esfínteres y pretende gobernar el universo. Renuncia a su fatalidad de grupo y prefiere la exclusividad del suicidio personal, rebelde y subversivo. Pero el fin no llega y los apurados no lo verán cuando suceda.

Nostradamus, esa especie de brujo clarividente que andaba prediciendo muertes y guerras, hablaba de un gran final para nuestro planeta. Dijo el bardo en su cuarteta LXXII:
“El año mil novecientos noventa y nueve, siete meses, del cielo vendrá un gran Rey de terror: Resucitar el gran Rey de Algolmois, antes después de Marte reinar por dicha”.
A fines de 1999, la gente se volvía loca pensando que el mundo podía terminar porque las computadoras iban a resetear sus relojes y calendarios al funesto 00. Quizás ese fue el gran Rey de terror.

La máquina de Dios
El Gran Colisionador de Hadrones empezó a funcionar el 10 de setiembre. Lo que hará es, en un breve plazo, conseguir que dos partículas aceleradas, casi a la velocidad de la luz, se den en la madre. El miércoles, los científicos que esperaron toda su vida por ese momento, pulsaron el botón de ON de la máquina. Dicen que recrearán el Big Bang. En términos bíblicos es como cultivar las plantas del jardín del Edén, o invitarle la manzana a Adán.

Ese mismo día, Chayya, una adolescente india, se suicidó tras quedar traumatizada por informes de la prensa que indicaron que el aparato podía provocar el fin del mundo. Ella tomó un pesticida antes que arriesgarse a vivir la experiencia.

También ese miércoles, el Messenger, software que permite perder el tiempo simultáneamente con todo el mundo, dejó de funcionar, al menos en la ciudad. En casa, el microondas empezó a hacer ruidos siniestros y el celular repiqueteaba frenéticamente. Nada más.

Pero nadie podrá discutir con Chayya. Para ella sí fue el fin.

miércoles, 27 de agosto de 2008

El tema del verano*

Llegar a las 8 de la mañana a Mollendo tiene sus ventajas. Es domingo y el viaje no tiene las características del transporte de ganado vacuno. Solo viajan unos cuantos desahuciados que tienen el mismo gesto de amargura que uno. Y una señora que vende choclo con queso.
El calor de la costa se percibe de inmediato. Tiene ese vaho húmedo tibio que se cuela entre la ropa y pega la tela a la espalda. El cuello se desintegra en infinitas gotas de sudor y la carne se conmueve con los 35 grados que marca el termómetro del reloj digital. Y empiezo a apestar.
A la playa, maestro- le digo al bronceado taxista que se desespera en su intento de hacernos subir a 8 en su carro para 5. La señora del choclo también va conmigo, y parece tener la misma intención de llegar cuanto antes al mar. -Me orino, joven-, me dice casi riendo y yo me asusto ante la inminencia de lo inevitable mientras el maestro pone primera y nos saca del terminal.
Sin novedad en el camino ni humedad en el asiento, la señora del choclo y yo nos bajamos en la primera playa. Se despide de mí con prisa mientras corre a esconderse para lo obvio. Quizás le compre unos choclos más tarde.
Todavía no ha llegado el grueso de los veraneantes pero ya se siente el rumor de la multitud. Me distraigo de inmediato con las turgencias de una osada muchacha que oculta los ojos tras unos lentes Maui. Desde mi posición, no oculta nada más.
En la breve mochila que cargo, no hay más que un short, un polo y la discografía completa de Guns & Roses para no perder la costumbre. Axl, Slash, Matt, Izzy, Dizzie, Gilby y Steven estarían conmigo todo el día, hasta que la noche nos sorprenda cantando Patience en el ómnibus de regreso. Como siempre.
Salvo la muchacha de las elipses, la mañana no presentaba nada novedoso en Mollendo. Lo lógico era abandonar el lugar antes que miles de bañistas llegaran con sus ropas multicolores y sus ollas de tallarines para ponerme nervioso. Pero quedarme a observarlos era también una oportunidad inmejorable para mis intenciones antropológicas, en pos de desentrañar el misterio que me ocupaba ese fin de semana: el tema del verano. La ciencia sobre todas las cosas.
El tema del verano es el vil producto de una campaña publicitaria que nació en Argentina hace 2 años y este 2008 se ha apoderado de la psiquis del peruano promedio. El concepto de la publicidad pretende hacer entrar en razón a los ciudadanos civilizados sobre la escasez de inteligencia que posee aquella canción recurrente en toda fiesta, reunión, discman, mp3, y celular del verano. Una completa idiotez. Veamos:
“Este es el tema del verano
el que vas a cantar
y bailar en todos lados
te habla del sol
de la arena y de las olas
y tiene un estribillo
que se te pega
que se te pega y nunca despega
Clavo que te clavo la sombrilla (bis)
pero claro que te clavo que te clavo la sombrilla, ¡más!
que te clavo la sombrilla”

En la playa todo es carnaval. Manadas de mocosos desvergonzados arremeten a baldazos contra cualquier ser animado bípedo. ¡Es carnaval!, gritan cuando algún iracundo les devuelve la líquida ofensa con adjetivos superlativos de reminiscencias maternales. Malditos niños.
Previo chapuzón, me preparo para hacer mis peritajes científicos que iré enumerando en mi agenda Loro. Empiezo:
- Grupo de 7 muchachos vestidos prácticamente igual. Salvo las diferencias en la coloración de sus pieles, podrían pasar por familia. Uno de ellos (alias Marraqueta) tiene la encomiable misión de cargar con el equipo de sonido de la mancha. Es plomo con parlantes biselados de fulgurante azul y una extraña combinación de luces en el centro. Es un Akita. La música se oía desde que los muchachos bajaban por las escaleras del malecón. Evidentemente, no esperaba que de ese grupo humano se emitiesen otros sonidos distintos al yape’cabron, nicaon, tawenazaon, mezclados adhoc con la canción mencionada líneas arriba.
- Grupo femenino compuesto de 3 elementos, bien despachados, a decir del heladero D’onofrio que los vio casi en el mismo instante que yo. Se pasean mirando con desprecio todo aquello que no tenga esa presencia caucásica que sus sueños de catálogo Ripley reclaman. Llaman al hombre que alquila sombrillas para que se las instale “lejos de estos huachafos”. El hombre cumple lo acordado y dos de las chiquillas se desparraman en sus pareos mientras la otra trata de cogerse del tubo de la sombrilla bicolor. Las evocaciones son inmediatas. Que te clavo, que te clavo. Ríen al descubrirse huachafas.

La idea del tema, repito, era precisamente evitar que la gente se deje dominar por el hechizo barato del estribillo simple y la repetición del coro hasta el paroxismo. Pero los seres humanos somos tan complejos que sucedió todo lo contrario. El tema del verano, resulto siendo precisamente eso, y terminó bailado con furor en discotecas y clubes del verano 2006 argentino.
Dos años después, en Mollendo, grandes y chicos se persiguen buscando contacto carnal. Dicen que están bailando.

* Publicado en el Semanario "El Búho", en marzo de 2008.

jueves, 21 de agosto de 2008

Impresiones de un Corso

El 15 de agosto, Arequipa volvió a cerrar sus calles para ver pasar al “Corso de la Amistad”, un evento donde el baile, la publicidad y la cerveza se dan cita para festejar un nuevo aniversario de Arequipa. Entonemos.


Si algo no sabe cómo se escribe su propio nombre está condenado a fracasar. El conocimiento a cabalidad de esa sencilla denominación, implica un primer acercamiento a la esencia del ser en sí, único e individual. En algunos casos, incluso, se llega a bautizar lo desconocido a fin de evitarle un final trágico.
Las bambalinas que anunciaban el evento sembraron las primeras dudas. “Corzo de la Amistad” decían. La Facultad de Lengua y Literatura de la universidad organizadora no se pronunció. El silencio administrativo permitió que así se imprimiesen. Corzo es un mamífero rumiante de la familia de los cérvidos, algo más grande que una cabra, rabón y de color gris rojizo. Tiene cuernos pequeños y ahorquillados hacia la punta. Es bastante bonito.
Quizás lo correcto era llamarlo Corso. La Real Academia de la Lengua define Corso en locución adverbial como: “Transportar cargas a lomo con toda la rapidez posible, remudando las bestias oportunamente a fin de no perder tiempo en darles pienso y descanso”. El idioma es realmente maravilloso.
El Corso de la Amistad confirmó algunas estimaciones hechas al calor de la sociología empírica: el 70% de las personas que viven en Arequipa son de ascendencia altiplánica. Estaban por doquier las delegaciones de bailarines de saya, ese baile inventado en Bolivia para atraer turistas de la misma forma en que los japoneses inventaron el Feng Shui para venderles mesitas de centro a los afectos al pachuli.
La costumbre del Corso atrae muchedumbres. Mientras una parte de la ciudad se entrega en cuerpo y alma al desfile, el otro sector lo contempla desde calles, balcones y televisores, con la fascinación de quien ve algo por primera vez, aunque sea la vigésimo octava ocasión que observan a un batallón de muchachos bailando frenéticamente durante horas. Una vez al año parece ser muy poco.
Buscando la forma en que los 6 agrupamientos que desfilaron en este aniversario de Arequipa, tuvieran variedad y algo de belleza cultural, la organización informó que no habría repeticiones de danzas y se prohibiría la mera colocación publicitaria. Vano intento que culminó en un calco y copia de lo visto en años anteriores.
Es inevitable que el arequipeño promedio exprese su felicidad por el aniversario bebiendo cantidades atrevidas de cerveza. El público que asiste al Corso evidencia aquella verdad de manera inmejorable. El contenido de esas botellas color ámbar va ingresando sistemáticamente a los organismos de fiesta. Luego vuela por los aires, impulsado por el frenético movimiento de las manos del portador, que la utiliza como original chisguete a diestra y siniestra. El conocido efecto refrescante de la bebida en mención, se diluye a medida que se aleja de su envase original y termina emplastada en la cara de un peatón casual. Arequipa es tradición.
Las empresas privadas que participan de la fiesta saben que se trata de colocar su marca de mejor manera que la del rival. Como un guiño calculado hacia el respetable, los carros alegóricos se suceden en variedades de tamaños y colores, casi siempre decorados con motivos arequipeños, destacando los portales de Yanahuara de tecnopor, los “tuturutus” de cartón, los “mistis” de cartulina y papel maché, y claro, las cientos de señoritas que saludan con beso volado, a riesgo de sufrir lesiones severas en las muñecas de ambas manos. No podemos olvidar a las jóvenes que con valentía se expusieron primero a una insolación por la brevedad de sus ropas y luego, ya entrada la noche, a una neumonía fulminante.
Destacó este año la delegación de la UNSA, encargada de la organización, que en un momento de su marcha, presentó a un grupo de jóvenes con el cuerpo pintado, caminando como tribus narcotizadas, mirando al vacío, y moviendo los brazos como escarbando quien sabe qué. El arte siempre será polémico.
Cuando el sol ya no quiere ver el desfile, sale la luna, llega el frio y el propósito final de semejante batahola se revela: generar un espacio donde los arequipeños se encuentren consigo mismos, se vean a la cara unos frente otros y se digan en silencio “atatau”.

domingo, 17 de agosto de 2008

Esa vieja camisa a cuadros

Recuerdo el día como si el balazo lo hubiese recibido yo. Era el 6 de abril de 1994 y un viejo vecino, el gordo Ricardo, eximio guitarrista y enamorado perpetuo de todo, había llegado de visita. Su cara evidenciaba que algo en el mundo no estaba bien. Pero la trágica noticia que venía con él, tuvo algunos antecedentes. Horas antes, ese mismo día, mi primera taza de café se había derramado sobre la mesa, sin que nada o nadie interviniese en la catástrofe. Sencillamente cayó presa de su propia gravedad y la mancha que dejó su derrumbe era innegablemente identificable. Era una guitarra. Mientras la mañana avanzaba, la tragedia seguía anunciándose. Un apagón en la casa me impidió ver el noticiero y tampoco me permitía escuchar algo de música. Estaba en un limbo terrible, esperando la mala hora en que debía encontrarme con Vanesa, la chica con la que se suponía estaba saliendo y de la cual ya había probado un beso ardoroso a orillas del mar, en la Caballeriza. Pero a mis 15 años yo no tenía nada más que hacer allí. Casi al mediodía, era evidente que algo había pasado. La sensación clásica de verano traidor se había trastocado en un contundente día de mierda. Todo iba mal, sin luz, sin música, sin amigos, sin poder ir a la playa porque no había quien se quedase con la abuela convaleciente. Todo mal, como preámbulo ideal para lo que se venía. A la 1 volvió la luz y casi de inmediato sonó el timbre de la casa. Hasta el sonoro tun tun que solía hacer ese timbre, ese día parecía distinto, como si la puerta ya supiese de las malas nuevas que venían con el hombre que puso el dedo en el interruptor. Ricardo apareció con una mochila al hombro y el rostro desencajado. Su hola dio paso a lo peor que me podían decir en ese momento. “Kurt Cobain ha muerto ayer. Lo vi en la mañana, cuando salía de Ica. Se ha suicidado”. Desde chico siempre se me dijo que por dramático que fuera un suceso, los planetas y en general el universo seguía moviéndose. Nada podía ser tan calamitoso como para que el orden de todas las cosas se alterase. Mucho menos la muerte de alguien. De una sencilla persona en un planeta de 6 mil millones. Solo un hombre menos en el mundo. Ya en la sala, en silencio compartimos un cigarro y el viejo equipo Pioneer empezó a tocar la canción “Something in the way” y el ambiente se puso más pesado. Empecé a preguntarle a Ricardo cómo habían sido las cosas, como si él hubiese estado en esa casa de Seattle, cerca del Lago Washington. No hubo nada que decir.Una hora más tarde estuve con Vanesa, explicándole que no podíamos seguir, que ella apareció en un momento en que mi vida de 15 años estaba demasiado complicada. Me dijo inmaduro y otras cosas terribles que felizmente ya no recuerdo. Ojalá la hubiese querido más.

jueves, 10 de julio de 2008

OVNI: El Episodio Marcona – Parte 2

Parte 2:
La zeta del Zorro

Apareció sin aviso, luminoso e inesperado. Era un bólido, o al menos eso parecía. Un destello veloz que se movía independiente y libre. El cielo era negro y el objeto hizo un dibujo en el vacío. Era como un zig zag galáctico, una figura conocida que cobraba nuevo valor al estar estampada en medio del universo, ante nuestros ojos aturdidos y maravillados. Una zeta.

¡Mientras! dijimos al unísono. La respuesta a la pregunta más torpe de todas se había manifestado sin invocarla. No, no estamos solos.

Poco a poco, las personalidades del grupo fueron apareciendo en frases que nos caracterizarían el resto de la vida. El primero en reaccionar fue Luis, al que le pusimos un diminutivo lógico, dada su falta de altura el día que le conocimos: Luisin. Él, en su natural comprensión del suceso, atinó inmediatamente a vociferar la palabra bisilábica que describía el origen primero del hombre y el fin último de una cita con malas intenciones: “¡Chucha!”.

Nos miramos sin vernos. Solo buscábamos la confirmación de lo ocurrido en los rostros desconcertados. Allí estábamos Diego, Luisin, Donny, Dinky y quien esto escribe. Julio, mi hermano sanguíneo, había ido minutos antes a la casa, a buscar algo que comer mientras esperábamos al cometa que nunca llegó. Cuando su silueta se dibujaba en las cercanías, empezamos a gritarle lo ocurrido. Julio, cargando una bolsa con pan, sólo dijo lo que cualquiera en situación semejante: “Ta’ mare, me la perdí por huevón”.

Donny proseguía en sus hondas cavilaciones sobre lo ocurrido. Con la solemnidad de un filósofo, se puso a rebuscar en sus neuronas, cualquier referente anterior que sirviese de soporte científico a lo que acababa de ocurrir. Durante varios minutos, se rebanaba los sesos en busca de la frase reveladora que explicase en un santiamén el suceso celeste que acabábamos de presenciar. Finalmente, tanto esfuerzo daría resultados imprevistos. Donny no dijo nada.

Cuando algo así ocurre no hay espacio para mezquindades. En un instante todos, incluso Julio y su bolsa de pan, habíamos pasado de simples mortales con un telescopio, a una categoría siempre imaginada pero nunca puesta en el terreno de la realidad inmediata. Éramos contactados.

La conversación poco a poco volvió a ser articulada. Los largos silencios dieron paso a interrogantes más alturadas. “¿Fue una zeta?”. “¿La viste on, la viste?”. Todos confirmamos la visión y ya no hubo más que decir. La última certeza estaba en preguntarnos nuevamente. Allí, quizás alterado por alguna radiación marciana, Luisin quedó como ausente. No respondía ante las preguntas y su estupor empezó a darnos miedo. Diego, en un arranque de valentía inesperada, lo cogió de los hombros, dando rienda suelta a antojos reprimidos por meses, producto de un suceso romántico que no viene a cuento. Un par de zarandeadas después, Luisin reaccionó y volvió a conmovernos con las dos sílabas que dejaría para la posteridad.

Seguimos mirando el cielo durante una hora pero nada sucedió. Ni el cometa Hyakutake ni el ovni se dejaron ver. La zeta seguía dibujándose en nuestras cabezas mientras armábamos juntos la historia que le contaríamos a todos más tarde, en el bar.

A la gente del bar les caímos espesos de tanto hablar de la zeta, del ovni y del cometa que nunca llegó. Nuestro encuentro cercano sucumbió ante la inmediatez de la broma sobre Julio y su inoportuna bolsa de pan. Hasta Dinky tuvo más protagonismo cuando alguien sugirió la idea de que al ser un perro mutilado, quizás llamó la atención de nuestros visitantes.

Noches así, sólo ocurren en Marcona. Volverá a suceder.

Pd: Lea la Parte 1 aquí.

jueves, 3 de julio de 2008

En Upis no hay Milagros... pero hay Apolonia

Apolonia Benique vive en el centro poblado UPIS Milagros, donde no hay nada. Allí, junto a otras 50 familias, trata de salir adelante, en medio de un pequeño desierto a 45 minutos del centro de Arequipa. La encontré allí a las 6 de la mañana de un miércoles. Me dio su testimonio sin vacilar. En el reportaje preferí no decir nada. Mi silencio respeta su verdad.
Pd: La edición es de mi camarada José Luis Sarcco.

jueves, 26 de junio de 2008

La niña de los terremotos

María Laura Choque estuvo a punto de dar a luz el 23 de junio del 2001 en Arequipa. Cuando su bebé ya asomaba la cabeza, empezó el terremoto que destruyó la Catedral. María tuvo que esperar 14 horas para recién traer al mundo a su pequeña Eymi Karen, "la niña de los terremotos"

viernes, 13 de junio de 2008

OVNI: El episodio Marcona - Parte 1

Parte 1:
Un telescopio, una bióloga, un perro.


Lo vimos todos. Era 1996 y disfrutábamos del producto de nuestro mejor golpe como ladrones de media hora: un telescopio. Lo habíamos sacado casi sin querer del depósito donde se oxidaba cruelmente. Nosotros le salvamos la vida. Él nos regalaba el universo.

Nuestro objetivo inmediato era la luna. La luna de la ventana de la habitación de Pilar, la poderosa bióloga holandesa de trillones de pecas y delantera generosa. La descubrimos por casualidad en la playa cuando ella se divertía viendo en su fértil esplendor al Ancoco Pattalus mollis, marisco conocido por todos como el indecoroso y poco firme pichón de burro. Nos enamoró su profesionalismo a la hora de manipular a la bestia marina.

Su casa no era lejos. Se hospedaba donde una familia conocida y gustaba de relacionarse con muchachos como nosotros, siempre dispuestos a cargarle la mochila de 27 kilos y a traerle, de donde no hubiese, una reponedora inca kola personal. El trabajo dignifica.

Las noches de verano son tibias y quietas. La ausencia de luz en la cancha de fulbito contigua a la casa, la convertía en el observatorio ideal en busca de Pilar y otros cuerpos celestes. La luna llena, esa que pisó Armstrong, siempre se imponía a la hora de marcar las coordenadas. Quienes perpetramos el robo, nos turnábamos la oportunidad de ver de cerca los cráteres y mares de ese satélite causante de las olas que nos revolcaban por la mañana.

La noticia nos encontró temprano, en la cevichería, superando una resaca. Estaba en el periódico, en la sección de improbables. Un cometa pasaría muy cerca, rozando el planeta. Se vería en casi todas partes. Nosotros teníamos un telescopio. No nos ganan, por mi mare’ que no nos ganan.

Los hombres de ciencia bautizaron al cometa como Hyakutake. Nosotros le decíamos kamehameha.

Llegó la noche y la función era incierta. A simple vista no se podía ubicar al cometa de marras. Le buscábamos en el cielo como quien busca su amor. Pero ambos nos eran esquivos. Esa noche casi no titilaban las estrellas y no habíamos tomado nada. Ni agua. Nos acompañaba Dinky, valeroso perro compañero ideal que aprendió a ladrar y a volver al hogar para poder comer. Dinky era un can de otro mundo.

A Dinky le faltaba la mitad de su pata trasera derecha, la cual le fue amputada tras un misterioso suceso, pendiente todavía de una profunda investigación. El día de la mutilación, el médico, en su imposibilidad de salvarle la extremidad herida, recitó una sentencia que dolía en todas sus sílabas: “la pata o la vida”. Dinky escuchó el veredicto y puso cara de hombre. No hubo corazón para mandarlo al cielo de los perros. Desde entonces fue "Dinky, el tres y medio".

Instalados en nuestro observatorio/canchita, humanos y perro nos preparábamos para la llegada de lo inevitable. Oteábamos el cielo mientras Dinky buscaba cucarachas. Nunca fue muy entusiasta con lo extraterreno. Nosotros no veíamos nada. Dinky iba por su cuarto bicho.

El Hyakutake parecía ser sólo la invención de un periodista con mucho tiempo libre. La decepción empezaba a gobernar el ambiente mientras el telescopio sólo nos devolvía la oscuridad de la noche, en sus lentes 4xT. “Una chela” dijo el primer escéptico. Todos los demás asentimos. La noche estaba perdida. Buscaríamos al cometa en el bar.

En ese marasmo, llegó el ovni.

Pd: La historia continúa aquí.

miércoles, 11 de junio de 2008

Padre (también) sólo hay uno

Actividad básica en la formación infantil es aprender a manejar una bicicleta. Saber pedalear en dos ruedas se convierte en la diferencia entre ser un niño saludable o estar confinado a ver cuanta sonsera haya en el televisor. Mientras más demore el aprendizaje bicíclico, uno se va separando más y más del mundo que lo rodea.

Mi bicicleta tuvo ruedas de apoyo durante un año. El deseo de aprender a montarla como el resto de mis pequeñas amistades, se diluía rápidamente ante la evidencia quirúrgica de lo que involucraba manejar en dos ruedas: cicatrices en los codos, rodillas y cara, además de uno que otro brazo roto. La televisión, en ese sentido, ofrecía mayor seguridad. Opté cobardemente por lo segundo. No habría carreritas para mí. Bienvenidos los dibujos animados y los programas enlatados de la televisión alemana, retransmitidos por un todavía experimental canal del Estado.

La ausencia de sol en el cuerpo humano produce algunas enfermedades epidérmicas. Hasta lepra. Pegado al televisor durante horas, mi piel poseía una blancura digna de los espectros de mis pesadillas. Mi padre se dio cuenta horrorizado. Su hijo era un fantasma.

Mi padre tenía esperanzas en que alguno de sus hijos fuese futbolista, doctor o minero. Dudo que haya especulado jamás con la posibilidad de ver a alguno de sus angelitos como periodista. La vida es cruel con quien pide mucho.

Al ver tanta blancura y torpeza, sus peores sospechas se activaron. “Mi hijo es un miedoso” pensó, y no lo iba a permitir. Su deber como padre era entregarme al mundo hecho y derecho, montado en una bicicleta o dominando un balón. O ambas cosas en simultáneo.

Voló al depósito y desempolvó la bicicleta, aún con las rueditas de apoyo. Las arrancó de plano, con la fuerza de su terror y me llevó a la cancha más cercana, a practicar. De más está decir que no había monstruo televisivo capaz de infundirme tanto terror.

Mi padre no era especialmente cariñoso. Sus hijos crecíamos al amparo de nuestras propias decisiones y la disciplina impuesta por mamá. Su autoridad se notaba a la hora de las libretas de fin de bimestre. Y era él quien me iba a enseñar a manejar en dos ruedas.

La bicicleta y yo íbamos en curso correcto mientras mi padre nos sostenía con sus manos gigantes. Con la certeza de que era físicamente imposible que yo cayese, me dejaba llevar por la emoción de dirigir el primer vehículo de mi vida. En ese instante, Dios era mi copiloto.

Vueltas se sucedían alrededor de la cancha, siempre con mi padre detrás, como inquebrantable soporte de mi inutilidad equilibrista. Había un poste que rodeábamos en cada vuelta, que era el mudo testigo del día en que mi padre me estaba dando la primera de muchas lecciones de vida.

La bicicleta iba cada vez más rápido, casi volaba. Pronto le daríamos una nueva vuelta al poste. Pero había algo diferente en ese tubo. Había alguien parado a su costado, aplaudiendo. Era mi copiloto. Era Dios. Era mi padre.

A los 7 años todo es posible. Pero que mi padre estuviera en dos lugares al mismo tiempo era inaudito. La lógica se impuso tarde, pero inexorable. Ya nada me sostenía. Me iba a sacar la mierda.

“¡Pudiste solo!” gritaba mi padre, mientras trataba de extraer mi cuerpo de entre los fierros de la bicicleta. “¿Ya ves?” decía mientras me quitaba la tierra a palmazos. Yo lo miraba furioso, decepcionado. Me había traicionado.

Me cargó en sus brazos y me elevó por los aires, como en momento Kodak. Mi furia se desbarató cuando comprobé que él estaba llorando. “No me dolió” le dije de inmediato, para que no siguiese triste. No sabía en ese entonces lo que en verdad me estaba enseñando. No era el aprender a montar sobre dos ruedas. Había descubierto en su rostro la doble función de las lágrimas.

miércoles, 4 de junio de 2008

Todo se transforma*


El escenario adornado con una sencilla guitarra de palo, ya mostraba evidencia de lo que sería esa noche: un recital íntimo y minimalista. La gente que iba llegando al Polideportivo de la Universidad Católica sabía a lo que iba y se emocionaba mientras esperaba que saliera el uruguayo. Una descoordinación de seguridad hizo que el orden de asientos no se respetara y quienes estábamos en platea terminamos milagrosamente en super VIP. Suerte que le dicen.
Drexler apareció en escena junto al sonido de un faro y la luz circundante hacía homenaje al tema que interpretaría: “Doce segundos de oscuridad”, que también es el título de su más reciente disco. El coro confirmaba la sospecha, en ese concierto todos se sabían los temas.
Poco a poco, Drexler recibía el acoso de un público que reclamaba oír temas que el uruguayo iba complaciendo entre risas. Su canción “Guitarra y vos” hacía honores a lo que se veía en escena, un cantante que no necesita de la parafernalia tecnológica para mostrarse al público. Una simple guitarra y su voz bondadosa bastaban para que todo el recinto estuviera en trance.
Con esa atmósfera donde los aplausos, chasquidos y coros del público se convirtieron en un instrumento más, Drexler se terminó de meter a sus fans al bolsillo interpretando “El Surco” canción original de Chabuca Granda. Los tributos siguieron cuando el músico nacional Cotito subió a escena para acompañar al uruguayo en el tema “Tamborero”. Para entonces, ya daban ganas de subir a abrazarle.
Desfilaron los clásicos “Todo se transforma”, “Don de fluir”, su versión de “High and Dry” de Radiohead y el éxito “Milonga del moro judío” donde Drexler contó la historia de cómo Joaquín Sabina le había sugerido que hiciera una canción de un poema y en la clave que Sabina mejor domina: las décimas. Así lo hizo Drexler y vaya que funcionó.
Como en los Oscares de 2005, cantó su tema ganador “Al otro lado del río” a capella, esta vez no como protesta sino por sana costumbre. El coro lo susurró todo el mundo. Una hora después de iniciado el evento, Drexler preguntaba cómo todos sabíamos sus canciones de memoria. Parece que olvidó el YouTube.
En comunión, el uruguayo agradeció que estuviésemos ahí, sobre todo cuando a esa hora jugaba Perú frente a Paraguay. Nadie se volvió a acordar más del partido.
Extasiado, el músico se despidió de quienes fuimos plastilina en sus manos durante dos horas. Se olvidaron las sillas y las formas y el público corrió hacia el escenario para suplicarle que no se fuera. Tuvo que volver dos veces, repitiendo complacido que todo eso era una locura. Tocó tres temas más y todo quedó en penumbras. Se había terminado la luz. Empezaban de nuevo los doce segundos de oscuridad.
* Publicado el 16 de octubre de 2007 en El Búho

lunes, 2 de junio de 2008

Las dos caras del mismo poema*

El año pasado, astrónomos de todo el mundo vieron un evento cósmico extraordinario. Dos estrellas enanas blancas colisionaron entre sí y produjeron una explosión de dimensiones inconcebibles. No eran pues, simples estrellas. Eran supernovas.
Quizás en ese mismo instante, el fenómeno tenía réplicas inmediatas en el mundo que conocemos. Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina decidían (copa de vino mediante) de una buena vez hacer una gira juntos por el planeta. Las estrellas del cielo sintieron que les robaban la luz.
El evento se iba a llamar “Dos pájaros de un tiro”. Pudo tranquilamente haberse llamado “Vengan corriendo a vernos”. La gente siempre es noble ante tamañas invitaciones.
El repertorio de ambos compañeros poetas es para cantarlo mirando el cielo. La bóveda celeste/negra sería la página infinita donde sus versos estarían como cancionero perpetuo. El viento se encargaría de estremecer los sonidos. Las suelas de mis zapatos ya corrían a encontrarlos.
Ambos, Serrat y Sabina, o viceversa, se aman. Lo dicen, lo demuestran y lo cantan. También bromean con eso. “Y es que el amor lo inventaron los catalanes para no pagar por tirar”, dice divertido Sabina. Serrat asiente, avergonzado, sincero.
Lima es una ciudad triste. Su sempiterno cielo plomo obliga nostalgias. A Sabina la ciudad le cautiva. A Serrat le empieza a gustar. La melancolía del cielo turbio pero no cerrado es la atmósfera ideal para ver a estas dos estrellas. Y es que por mucho que sus maromas en escena obliguen a la sonrisa encubierta a dejarse ver, lo indiscutible es que el corazón late a velocidad de sollozo. Ese que sí se queda escondido.
Una canción, un poema, un intercambio coreográfico de burlas a sus propias leyendas. “Yo lo vi cantar a Serrat una vez y le pedí su autógrafo. Al año siguiente él fue a verme cantar y me pidió que se lo devolviera”, evocaba Joaquinito.
Todo iba ocurriendo sin que el tiempo tirano se dejase notar. Serrat cerraba los ojos y fulminó a todos con su silencio. Empezaba a cantar Penélope, en una noche donde muchas sonrieron con los ojos llenitos de ayer. La vieja guardia serratiana hacía sentir su presencia con los teléfonos celulares haciendo click.
Los gatos más canallas también se apostaban en las afueras del Jockey Club. Los poetas y los gatos siempre han sido parientes
Los gatos más canallas también se apostaban en las afueras del Jockey Club, encaramados sobre un puente peatonal. Su condición techera no les dejaba ingresar pero jamás les impediría seguirlos. Los poetas y los gatos siempre han sido parientes.
Sabina volvía para hacer fiesta con su biografía. Cantaba Pastillas para no soñar, saltando feliz de contento, como quien ya se puede reír de sus malandanzas sin que lo busque la Policía. “No vivas como vivo yo”, ordenaba. Y a nadie se le ocurrió venderme una cerveza fría. Los sabineros añorábamos el bar de la esquina.
Serrat se embarca solitario en Mediterráneo. Joaquín confiesa que era esa la que él deseaba cantar a dúo. Casi huraño aparece al final de la canción para decir yeah yeah yeah.
A esas alturas, la noche ya era un próspero purgatorio donde las almas se iban sumando de a uno. Nadie buscaba redención sino la eterna continuidad de ese momento irrepetible. Sabina y Serrat se unieron para invocar un Y sin embargo. Los besos que no dimos, desde el primero hasta esa noche, empezaban a doler.
Quien se roba una cartera se gana una condena. Quien me ha robado el mes de abril no merece el perdón de Dios. Un macabro vacío temporal obligaba a revisar el calendario. Joan Manuel y Joaquín devolvieron la calma disfrazados de corsarios. Se hicieron a la mar de palmas que seguían sus bailes casi frenéticos. La del pirata cojo era la elección de vida. Con parche en el ojo y con cara de malo. “A la otra Europa” decidían estos marineros. “A Barranco” coincidieron y la bitácora cambió de curso.
Se inicia entonces un inventario personal de los amores extraviados. Todos contaban con los dedos, enumerando cada historia romántica y hasta cursi. La alfombra de césped poblada de silletas ya no sentía los pies de la gente. Al fondo, Joan Manuel cantaba Tu nombre me sabe a yerba.
Una mesa, dos copas y una botella de vino se imponían en el escenario. Los brindis se sucedían entre Sabina y Serrat. A esa enorme canción de casi tres horas ya se le notaban los acordes del final. Una larga agonía empezaba con los últimos versos de Y nos dieron la diez. Los colosos se estaban despidiendo. “Sé que no lo soñé”, protestaba mientras los entusiastas se unían a mis reproches. “¡No!” gritaban conmigo.
Pero a los eventos estelares solo asistimos como espectadores anónimos. Los astros deciden su propio destino sin mayor intervención humana que la de contarla para que quede constancia. Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat son aves de paso, errantes enormes de madurez sin tiempo. Mientras los días siguen pasando, miro de nuevo a ese cielo con un pedido. Yo de joven quiero ser como ellos.



*Publicado en El Búho el 27 de noviembre de 2007

jueves, 29 de mayo de 2008

Casi maravillosos *

La reciente elección de las 7 maravillas naturales del Perú ha causado una avalancha de comentarios, diatribas y posiciones encontradas respecto de los elegidos. El Búho, en su permanente afán conciliador, hace aquí una breve reseña de algunos lugares visitados en sus extremos aleteos y que merecen, si no un premio, al menos, una mención honrosa.


Cuando el sol se oculta en Máncora, el silencio de la tarde estival permite oír cómo suena. Mentira, dicen los incrédulos. Yo lo he oído. Es como cuando los antiguos samurais metían las hojas de sus katanas al agua luego de la forja. También se parece al ruido que hacen los huevos al caer en la sartén, antes del desayuno de toda la vida.
Pero sin ninguna duda, quién esté negado para sentir con las orejas ese momento, no podrá escapar al estallido de colores que se crea paralelamente. El rojo se sobrepone al amarillo y luego el hijo de ambos (el naranja) aparece chillando como todos los bebés del mundo. El cielo, ambiente natural de semejante cosa, se deja maquillar en cada ocaso. Sabe que al día siguiente el show continúa.


***


No por gusto le dicen sin empacho “la montaña más hermosa del mundo”. El nevado Alpamayo y sus 5 947 m.s.n.m. son el espectáculo más fantástico que ofrece la Cordillera de los Andes. Esa gélida hermosura se ha llevado la vida de 8 alpinistas que trataron de escalarla en la mala hora. Pero eso no impide que cada año, cientos de aventureros lleguen bien abrigados a tratar de coronar esa cima con algunos saltos de euforia. El resplandor de sus paredes enceguece. La sola contemplación calma los corazones y excita las piernas. Provoca subir. Pero el blanquísimo Alpamayo es cómo una novia de las antiguas, no se deja con cualquiera. Para trepar hay que ser de los valientes, como aquellos hombres, también de los antiguos.

***

El río Amazonas es implacable. Su presencia ya perturba desde el aire, cuando serpentea como el basilisco mitológico y se mete selva adentro en busca de la presa que le sirva de cena. Ya en tierra, sumergirse en sus aguas acarrea cierto terror. Los mitos aparecen: las pirañas asesinas, la Shushupe y el más tenebroso de todos, el Candirú, ese pez parásito que tiene la mala costumbre de instalarse en los orificios que expelen orina. Los nativos le llaman el pez vampiro y le tienen pavor. Las leyendas sobre hombres que salieron con este Drácula acuático anclado en el interior del pene, desaniman al más valiente del respectivo chapuzón. Las catástrofes no pasan hasta que suceden. La noche llena de ruidos invita a sumergirse bajo la luna. El agua corría diáfana en paz. De pronto el escozor, las advertencias y el pánico. Temí lo peor.

Malditas plantas acuáticas.

***

En Puno empieza el cielo. Es más, un trozo de la bóveda celeste yace sobre el suelo serrano y separa dos países que parecen uno sólo. Las heladas corrientes del Titicaca son un abrazo que duele, pero el espejo que las contiene no podía traer otra temperatura. El frío mantiene la vida. Al menos en eso se basa la ciencia criogénica.

Todo se duplica; las nubes, las aves, las gentes, en ese espejo de agua que invierte los cielos y pone de cabeza al mundo. Borges aborrecía los espejos por un extraño terror a la multiplicación de las imágenes. Puno lo habría curado.



*Publicado en "El Búho", el 15 de abril de 2008

martes, 27 de mayo de 2008

En la ciudad de la lluvia

Lloverse. Esa extraña conjugación del fenómeno hídrico refleja una realidad humana sobrecogedora: cuando el cielo se cae en pedazos, no es la tierra la que se empapa sino el alma de uno mismo. Pero el agua debe atravesar ropa, zapatos y carteras antes de llegar a semejante destino espiritual. Y que rico moja.


Era un hombre mediano, de cabello largo y ojos fieros. Buscaba un lugar donde la lluvia de las 9 de la noche no arruinara su gabán de cuero negro que ocultaba por completo su humanidad. Impen­sa­da­mente, bajo ese torrencial y sonoro chubasco, un sonido logró filtrarse entre los borbotones del aguacero. Era un teléfono móvil, su teléfono móvil.
La calle Octavio Muñoz Najar no es ni por asomo el prototipo de la legalidad y resguardo. Sus consuetudinarios habitantes pasean sus malas artes durante la noche con fruición. Celulares y carteras son las víctimas favoritas de estos rateros de poca monta. Partir a la carrera con lo robado es su especialidad olímpica.
El móvil seguía sonando mientras el sujeto trataba de sacar el teléfono de entre los pliegues de su largo abrigo. El aparato repicaba impaciente en busca de respuesta hasta que al fin vio la luz en un rápido movimiento de mano. El hombre que se guarecía de la lluvia no alcanzó a contestar. Alguien más rápido se lo había quitado y se iba perdiendo entre la bruma de lluvia. Un choro.
Él se quedó de pie, mirando como se iba haciendo más pequeña esa fulminante figura empapada que escapaba con su celular. Sonrió y partió a darle alcance. Las cuadras de la calle se sucedían una tras otra mientras el agua ya era dueña de pistas y veredas. La persecución era húmeda y veloz, con eventuales miradas del ladrón hacia atrás, cada vez más desconcertado ante el hecho de que su víctima lo estuviera cazando. Corría más rápido, limpiándose el agua de la cara y maldiciendo al hombre de cabello largo al viento, al que se le caía la chalina y cuyo abrigo de cuero lucía como una siniestra capa en esa vertiginosa carrera.
Los espontáneos curiosos se percataron de los galopes bajo la persistente lluvia y se quedaban quietos, viendo como ambos protagonistas iban pasando, uno más mojado que el otro. El primero era evidentemente un ladrón. El otro podía ser el demonio.
La calle se iba acabando para ambos. Ya sólo los separaba un par de metros cuando el rufián volteó la cabeza por última vez. Su ira se convirtió en pavor y su loca carrera se detuvo en ese momento. Seguía sin entender cómo habían pasado las cosas. Se preguntaba por qué éste no era un trabajo más, como la billetera de la mañana y el gorro de la tarde. Pero su duda más grande era cómo lo habían alcanzado en tan corto tiempo.
Puso el teléfono en el suelo, gritó algo ininteligible al hombre que le acechaba y volvió a correr en el aguacero. Pero ya nadie le perseguía.
El hombre del abrigo negro se detuvo. Recogió del suelo su teléfono mientras las gotas de agua le acribillaban la espalda. Lo guardó y se dio media vuelta. Un niño le esperaba de pie en la vereda, chorreando agua por todos sus costados. Lo miraba ilusionado, sosteniendo su chalina perdida.
-Se te cayó esto, Batman- le dijo, casi llorando.
El hombre la cogió y volvió a sonreír mientras llamaba desde su teléfono. Arequipa ya tiene un superhéroe.

******

Hay una lluvia que flota. Son las gotas que prefieren deambular en el aire sin tener a la tierra como destino cardinal. La niebla.
Esa bruma cae sobre la ciudad sin aviso, como el ladrón de la noche, clandestinamente y hablando bajito. Y como al ladrón, la gente le grita cuando le descubre.
-¡Mira la niebla!- exclaman y le buscan en el cielo, tratando de ubicar su procedencia. Pero es inútil. La niebla está en todos lados como un humo frío inasible. La nada que acaba con todo.
Eleucadio y Cleodesbinda po­drían ser Romeo y Julieta o Tristan e Isolda. Podrían ser cualquier pareja épica. Ya lo son. Ellos han salido a la Plaza de Armas en plena neblina pero no a buscarla. Tienen un motivo más dramático para preferir la gélida calle al calor de la casa. Se están escondiendo.
Se abrazan mirando desconsolados al Tuturutu. “Eleu” y “Cleo” se quieren como solo lo hacen quienes se conocieron desde chicos, desde el colegio. Se enamoraron, se desenamoraron, y tras años de idas y venidas decidieron un santo día mandarse de una buena vez a la mierda. Sin mirar atrás.
Cleodesbinda se casó con “el Yonder” y Eleucadio (¡cómo no!) con “la Chirley”. En ambas ocasiones, a la hora de dar el sí, había un sol esplendoroso.
Pero la lluvia siempre regresa, como la gripe y el amor de niñez. Y cuando la lluvia decidió habitar esa tarde de enero, en las calles de centro de la ciudad como un vaho borroso, “Eleu” y “Cleo” se encontraron de casualidad a la salida del Super, queriendo subirse los dos al mismo taxi.
Él la invitó a ver la Plaza de Armas, ahora casi desierta, sumergida por completo en esa nube cómplice. Ella aceptó como quien no quiere la cosa.
Allí los buscaba desesperadamente “el Yonder”, quien se volvió loco al no encontrar a su esposa esperándole en un taxi a la salida del Super. No los encontró jamás.

sábado, 24 de mayo de 2008

Ella ha vuelto

La vi el miércoles. No pensé encontrarla allí, en esa tienda de vanidades y hasta había dejado de pensar en ella hacía tiempo. Pero allí estaba, siempre autosuficiente y ajena al mundo. Ajena a mí.Traté de pasar por alto el encuentro y busqué, lejos de ella, cualquier fantasía de tela que no me dejara pensar en esa coincidencia. No quería atormentarme con la escena de acercarme y mirarla como la primera vez y que ella no me dijera nada, como la primera vez. Pero fue imposible. Tuve que ir a verla.
Caminé despacio, para aparentar tranquilidad, y hasta sorpresa cuando nos encontrásemos. Solemne y lento, contaba los pasos que me separaban de su figura.
La rodeaban otras, pero traté de no verlas ni hablarles, que no me distrajeran. Lo que iba a ocurrir, debió pasar hace mucho, una historia que se quedó inconclusa hace tiempo y que podría terminar, de una buena vez, esa tarde en la tienda.
-Hola- dije casi llorando, pero ella ni se inmutó. Esperaba esa reacción.
Pero su silencio no iba a abatirme. Esa era la única oportunidad que tenía para enfrentarla después de tanto tiempo y que viera cada gesto de mi cara mientras le decía un par de verdades que se me quedaron atragantadas la última vez que nos vimos, y que nos fue tan mal. A ella porque regresó a casa derrotada. A mí porque no la vi más.
La toqué. Estiré mi mano hasta sus límites y su frialdad dejó de ser una simple idea para convertirse en una sensación palpable. Helada por el aire acondicionado del negocio, tampoco pareció estremecerse ante mi tacto. Se quedó allí, esperando a que yo siguiera con mis intenciones.
Miré alrededor en busca de un gesto amable que justificara lo que estaba a punto de hacer. Pero nadie me daba la cara, quizás sospechando que había mucha historia en ese encuentro y no querían entrometerse. Benditos sean.
Esa soledad me dio el anonimato necesario para ser más intrépido y la cogí con las dos manos, para que me viera de frente a los ojos. Recién entonces ella pareció recordarme porque su temperatura permutó a una tibieza llena de nostalgia. Temblé.
Quería contarle cómo había estado todo este tiempo, las cosas que había visto y la gente que conocí. Quería decirle cuánto la extrañaba, lo feliz que era a su lado y cuán doloroso fue dejarla esa tarde, cuando me fui. Pero no dije nada.
Cuando una lágrima se asomaba, tomé la decisión: pedirle que me acompañara a casa, y que se quede conmigo, otra vez, y que no se vaya nunca más. Se lo pedí abrazándola. Su silencio aceptó. Fuimos corriendo al hogar y empecé a patearla como antes. ¡Qué felicidad es volver a tener una pelota en casa!

Todos los veranos son el último

La playa representa siempre un escenario inestable que pone en peligro la normalidad congénita de los que habitan a escasos metros de ella. De la convivencia entre los hombres y el líquido incógnito, surgen leyendas que se fortalecen en esos breves veranos.


Me quebraron el alma en la playa. En los días en que aún no se me amargaba la vida de tanta cotidianeidad, podía conservar para mí un atardecer sentado en los límites retráctiles de la tierra, mojando los pies en el océano Pacífico. Luego volvía resuelto al domicilio para la cena de rigor y después de nuevo al mar. Como si las cosas se intercambiaran durante el verano y las cuatro paredes de la casa capitularan frente a la inmensidad de la costa y cedieran vencidas su condición de hogar.
Encender la fogata frente al agua tiene sus trucos. Hay que hacerlo con solemnidad para parecer experto y sorprender a la concurrencia. En las sociedades antiguas, el hacedor de fuego tenía un mejor status en la tribu. Capaz de brindar luz y calor cacheteando piedras, de seguro tenía mayores opciones afectivas con las damas de la caverna que sus camaradas de dieta cruda y pies fríos.
Con esa sabiduría depositada en los genes prehistóricos, repetir la proeza de ofrecer candela demanda el uso de todos los artilugios posibles en pos del afecto femenino inmediato. Pero centenas de fósforos Inti y litros de kerosene, nada pueden hacer contra un cúmulo de maderas humedecidas por la torpeza de abandonarlas demasiado temprano al borde del mar. Y allí, donde debió haber fuego y primeras caricias solo hubo risas y autoestimas tiradas al mar. Y mucho frío.

******
Los faros son linternas intermitentes. Alumbran en círculos vigilando que los barcos no se desbarranquen en su afán de tocar tierra. Y en su labor orbital tienen también (como en el yin y el yang) sus doce segundos de oscuridad.
Esa penumbra precaria es la que preserva al que algo esconde de un posible testigo indeseado. No es mucho el tiempo para cometer el inocente delito, pero la intensidad del acto pueden convertir 12 segundos en presente perenne. Y sólo eso necesitaba para cometer mi infracción.
El contacto constante con el ambiente marino obliga a ciertas mutaciones menores. Color más oscuro y sabor a sal son características de alguien que se la pasa de descuidado vagabundo por la costa brava. Eso último de la sazón era lo que quería constatar de labios ajenos en las tinieblas del faro.
Ella era de costumbres navales. No la reconocí vestida. Su indumentaria habitual era infinitamente más pequeña que esos jeans Levis que llevó a la cita. Buscarla en la oscuridad sería más complicado, pero con todo respeto, eso sí. Varias vueltas del faro después descubrí que no habría prueba de degustación. Derrotado, la miré para darme cuenta que esa noche no sería yo el de la primera piedra. A la siguiente penumbra ella me zampó un beso soberano durante los 12 segundos que nos regaló la ausencia de luz. “Sabes a playa”, rió. Esa noche, algún barco debe haberse hundido.
*****
La piscina no es la playa. Es la excusa cobarde de quienes le temen a un revolcón de ola o de los que advierten cierto placer en disimular sus desechos úricos en una bacinica gigante.
A los mayores les gustaba la piscina. Mis padres preferían vernos entre mayólicas que revolcados en la arena. Rara sensación de seguridad que se les acabó el día en que mi hermano mayor se pulverizó el brazo en tres partes luego de una espectacular caída desde el trampolín jugando “sigue al líder”, sano esparcimiento de la infancia que consistía en imitar la rutina de clavados de un niño y el que lo superaba pasaba a ser el nuevo líder. Nadie imitó a mi hermano en su caída extraordinaria.
*****
El malecón de Mollendo se antoja quimérico. La bruma que lo cubre al final del día revela tópicos que no se ven a plena luz. El castillo Forga al fondo no hace más que confirmar ese estado de improbabilidad. Envuelto en esa niebla es donde se descubre con toda certeza que todos los veranos son el último y sólo queda echarse a vivirlo como poetas guerreros, enfrascados en luchas inútiles contra la traslación de la tierra. Con ese convencimiento, uno abandona la costa con el gesto trastocado, diríase en paz.

viernes, 23 de mayo de 2008

La neurosis de Hugo Neira


Esta es una entrevista hecha al Director de la Biblioteca Nacional, Hugo Neira, con quien nos reímos hasta casi llorar. También está en video, pero demorará en cargar. Vayan leyendo el texto, no sean ociosos.


“El país está listo para una nueva dictadura”

¿Qué ocurría en el mundo para que se desatara una revuelta como la de Mayo del 68?
Mayo fue una sorpresa, y eso es muy importante para nosotros porque nos ayuda a comprender que hay acontecimientos que irrumpen, que cambian las cosas, y los grandes trastornos ocurren muchas veces sin que las cosas se preparen. Nadie esperaba una revolución, y mucho menos de un sector privilegiado, ya que los estudiantes que la iniciaron, provenían de una minoría muy restringida. Además, marcó un hito: se descubrió que el actor político, que puede poner en cuestión el capitalismo y la sociedad, no es pues, el obrero, necesariamente. El nuevo actor político es el estudiante, es el profesor, es el mundo del conocimiento. ¿Qué vino después, es decir, qué significa ese “junio”?El junio del que yo hablaba es el retorno a la individualidad. Somos personas muy obsesionadas por el concepto de gobierno, el Estado. Hay que pensar en la sociedad. Por ejemplo, el Estado es débil en nuestro país y una señal de eso es lo poco que recoge en tributos. Una de las pruebas del desorden social es la incapacidad que tenemos de sostener al Estado a través de los impuestos. Los informales, que son la gran economía del Perú, no pagan un centavo.

¿Esa informalidad es la que está destruyendo al Estado?
No desapareciendo, simplemente está haciendo que sea un Estado impotente, que no tenga recursos. Los peruanos se desolidarizan por dos razones: arriba, la clase alta jamás soportó el poder, ni siquiera de los virreyes; y a bajo, el sector informal se ha hecho solo, y aunque hay ricos entre ellos, no contribuyen. ¿Cómo vamos a tener “gasto social” si no hay contribución?¿Por qué naciones con menos recursos lograron desarrollarse y el Perú se sigue quedando?Yo me he pasado, treinta años dentro del vientre de la ballena preguntándome, ¿por qué diablos hubo desarrollo en Inglaterra, en Holanda, o en Francia? Porque tuvieron revolución industrial que aquí no tuvimos, tuvieron burguesía, que aquí no ha habido, lo que tuvimos aquí fueron oligarquías, y luego tuvieron Estado. Nosotros no hemos creado estados desde México hasta Chile. Allí está nuestro retraso. No tenemos orden. El orden no es ni de izquierda ni de derecha. El orden es el orden. El Perú es un país casi ingobernable, a los que ponen en Palacio, los llevan en andas, y después, los odian. Entonces, los que están arriba son víctimas de la ciudadanía peruana, que luego se dedica a lo que le encanta: a que nadie lo mande. ¿Quién se atreve a ordenar todo esto? Salvo que nos demos cuenta que la democracia es el “auto ordenamiento”.

En ese contexto de desorden ¿Cómo funciona el aprismo de hoy?
Yo los entiendo (a los apristas) así. Por un lado a se hacen esta pregunta ¿Para qué sirve ser aprista si después de todo no estamos en el Gobierno? Por otro lado también dicen: no vaya a ser que el compañero Alan tenga razón y la economía esté caminando de otra manera. Ahora ¿de qué te agarras en la malagua de la sociedad peruana? De los sólidos. Y sólidas son las transnacionales. Entonces me pongo a pensar: qué le pasará a mi amigo el presidente Alan García, en quién se puede apoyar seriamente para tener una sensación segura de poder hacer algo: en la parte moderna de la burguesía y en la parte moderna de las transnacionales. Pero en medio de tantos conflictos, ¿surgen alternativas?Yo siempre he dicho, cuando hay un vacío entre la sociedad peruana y el Estado, alguien llena ese vacío. Un tiempo fue Cooperación Popular, con Belaúnde, luego fue Sinamos, con Velasco, deshicieron Sinamos y apareció Sendero. Desaparece Sendero y salen Ong’s. Quien controla eso, controla la articulación entre el descontento popular y la relación con el poder. Yo qué culpa tengo de que ningún partido haga ese trabajo de articulación, en esa desarticulación peruana de partidos, hay otros que ocupan el espacio.
¿Y qué podemos hacer frente a la aparente pasividad con que vivimos frente a la sociedad?
La tradición de construir individuos libres y autónomos, es decisiva. ¿Crees que se hace en nuestras escuelas? No. A los niños les enseñan a consensuar. Me quedo espantado de los comportamientos de los peruanos. Le preguntas a alguien qué piensas de esto o lo otro. ¿Y sabes lo que hace? Mira a los lados, busca consensos. No tiene pensamiento propio. Tiene que decir algo “políticamente correcto”. O sea, ¡Qué horror que se me ocurra algo original! O que tenga un pensamiento discrepante. Estamos listos para una buena dictadura.

¿Y qué hacemos con el Perú?
Hablar y decir las verdades sociales con espíritu crítico. Se chupa mucho en el Perú, se come mucho, estamos gorditos. Fíjate… ¿este es un país pobre? A ver. Primera enfermedad: diabetes. Esa es enfermedad de ricos. Anda ve a la playa, todos están gorditos y encima nadie sabe nadar. Es una sociedad desigual, hay núcleos de pobreza terribles, en pueblos donde te da una apendicitis y te mueres. Peor en la ciudad, en Lima ¿has visto cómo compran? Hay que educar a esa clase emergente. Allí está el futuro.
LA SOCIEDAD DE LA NEUROSIS
¿El racismo puede ser explotado también por los grupos de poder?
El tema del racismo es un tema político. Es un tema de los ciudadanos. En todas partes existen ganas de insultar racialmente. Existe racismo porque nada protege a unos de otros, porque el peruano es enemigo del peruano. Mira, cuando un francés tiene ganas de decirle a alguien “sucio judío” o “sucio negro”, se lo calla, y sabes por qué. Porque el agredido va a un juzgado de Policía y lo acusa y se le abre un juicio. No es broma. Está prohibido por la ley el trato racista.
O sea, sólo porque hay ley...
¡Me importa poco! No se trata de que los hombres sean ángeles. Tal como son, se inhiben porque son ciudadanos de un estado de orden, y no pueden insultar racialmente. Nuestro país es el más ácrata del mundo, no hay ley alguna, puedes insultar a cualquiera, nadie te lo va a cobrar, y por lo tanto te sale lo que todos tenemos. No se trata de que los hombres sean angelicales, los hombres son lo que son, y tal como son tienen que ir a un autocontrol, y eso es lo que nos separa de los animales y de las bestias. Para Freud, un ser civilizado en un ser que se reprime. Por ejemplo, pasa una muchacha, bellísima, yo tengo unas enormes ganas de meterle la mano al poto, pero no puedo, no debo, me reprimo, sufro. Esa represión hace de mí un ser moral.

¿Pero esa represión no nos termina atormentando?
Ahí está, tienes que elegir entre ser una persona civilizada con un elemento neurótico, o ser lo contrario. ¿Sabes quiénes no tiene neurosis? Los que están en el patio 5 de Lurigancho, los psicopatazas esos, ellos tranquilos no tienen ningún problema. Eso irreprimible es el “no ciudadano”, es el salvaje no represivo de nuestra sociedad. Cuando aprendamos a ser educados, pero no el educado que tiene que tomar el té con el dedito levantado, sino el educado que dice “que buena está la chica pero aquí me aguanto nomás”, estaremos hablando de una mejor sociedad. Esa persona, neurótica, bienvenida. Viva la civilización de la neurosis. Pero tiene sus compensaciones por si acaso.

Llamamiento a las armas 2008 - 001

Esto es sólo para mis compinches de la Promoción 1995. Llamamiento de Maribel y Kevin, buscando un reencuentro en Fiestas Patrias. Hombres y Mujeres de aquel salón... uníos.
Obviamente, la cita sería en Marcona. El antro, todavía en veremos.
El vídeo de este reclutamiento, en el link de abajo:


http://www.hi5.com/friend/video/displayViewVideo.do?videoId=8112831&ownerId=1772323

No es broma.

Mercurio en Caravelí

Siguiendo con la saga de reportajes de Contrastes, este es uno sobre la minería informal en Caravelí, donde los hombres y mujeres del lugar literalmente se embarran en mercurio para obtener unos cuantos gramos del dorado metal. El reportaje es de mi camarada José Luis Sarcco.

jueves, 22 de mayo de 2008

Opening

Esta es la primera del circo. Los dejo con el vídeo de una entrevista hecha a José Gamboa para el programa Contrastes. Para más luces, Gamboa es mundialmente conocido como "El Indio Caruma"
J.