martes, 4 de octubre de 2011

El Joven Nostálgico




Finalmente, el texto de presentación del libro de Pedro Canelo.

El Joven Nostálgico es casi el libro más triste que he leído. Llega a mis manos en un momento terrible, donde la calvicie asoma peligrosamente y las historias entre amigos empiezan a ser sospechosamente repetitivas. Nos estamos haciendo viejos

Pedro Canelo es un viajero en el tiempo. Es un Marty Mc Fly que ha decidido abordar el Delorean rumbo a épocas a las que estamos tan conectados que nos es imposible dejar de citarlas hasta en las charlas más elementales. No conozco a nadie que no utilice imágenes del pasado para hacer analogías que son entendidas por los compadres de su generación. “Sangras como May Lin” para recordar al maloso Tong Po de Kickboxer o “Pártele la pierna” evocando a ese sensei malo del Dojo Cobra Kai.

Y decía que era triste por el hecho de ser un libro cargado de ayer. Un pasado tan próximo que quizás no llega a ser historia pero es indefectiblemente tradición moderna. Canelo ha preferido rebuscar en nuestros recuerdos, que son los de un país entero, para recordarnos que hay un lenguaje común que manejamos entre peruanos, códigos que llevamos al salón de clase, a la pichanga del barrio, al bar de la esquina. Es el lenguaje de la nostalgia.

Y se nota claramente que la televisión ha sido fundamental en la formación de estas evocaciones. Desde el cibernético Festival de Robots, con el capitán Memo creando esos soundtracks de leyenda, hasta los encontronazos de Kevin Arnold siempre templado de la mongaza de Winnie Cooper. Es innegable entonces la importancia de la tele en nuestra formación como personas del siglo XXI, siendo sus historias de mentira pilares de nuestras vidas de verdad.

Y en la distancia que le dan los años vividos, Canelo vuelve a revisar esos pasajes, con las licencias que le da tener un trabajo para vivir y saber que en el mundo no hay héroes que cuando encuentran el mal siempre cambian su cuerpo a metal. Entonces, uno ya crecidito y contaminado, puede ver con cinismo a la dulce Candy, y revisar con maldad sus coqueteos con todo ese elenco improbable. Solo chapó con Terry pero se templaron de ella Anthony, Stear, Archie y hasta Neil. Pedro, en lo que podría ser un exceso de adultez, propone crear un chonguito que lleve el conmemorativo nombre de “El hogar de Pony”. Lo que diría la hermana María.

Y si por un lado hay cinismo, otros textos reflejan una debilidad del autor por productos menos naif. Allí está su devoción por los Caballeros del Zodiaco, esos 5 muchachos masoquistas que ante cualquier cosa estaban dispuestos a abrirse las venas y hasta arrancarse los ojos en favor de la vida del otro, siempre en defensa de una Saori que, al final, demostraba que no necesitaba de estos 5 gaznápiros para salir de sus predicamentos de diosa Athena.

Mientras espero que canciones de mi adolescencia como “Smell like teen spirit” o “November Rain” empiecen a sonar en “la hora del lonchecito”, me conmuevo con cada cita de Canelo a estos personajes y situaciones que, descubro, han sido comunes a todos nosotros. No importa si viviste en Lima, Caylloma, Tarapoto o Jaén. Las historias de desfiles y útiles escolares nos son tan comunes que no creo que haya nadie en esta sala que no sepa lo que es una goma David, una regla Artesco o un liquid paper.

Entonces, El joven Nostalgico se convierte también en un homenaje a todos los que nos sabemos de memoria los chistes del Chavo del Ocho y tenemos en nuestro celular la canción de He-man. A los que vimos Nubeluz y sentíamos que esas minifaldas de las dalinas tenían algo más que el mundo glúfico. Canelo nos invita a revisar nuestras propias biografías pero en otra dimensión, aquella en la que no éramos tan sarcásticos y nos dejábamos guiar por la señal de los Thundercats.

Es un tributo a los que jugaron Pacman en Pinball y Space Invaders en Atari. A los que hoy ven la película “Punto de Quiebra” en TCM, classic Hollywood y dicen “pero si yo la vi en el cine recién hace poco”. Esos hombres y mujeres con los que, sin saberlo, tenemos un pasado común, una historia general marcada por un anecdotario universal.

Y es también la demostración del salto posible del blog multicolor al blanco y negro editorial. A los que somos un poco frikis y geeks, maniáticos de recordar cada conversación entre Rick Hunter y Lisa Hayes, nos es imposible dejar de aportar más información a lo vertido por Canelo. Inevitable enumerar los juguetes mencionados en el libro, muchos de los cuales todavía conservo y quiero poner como adornos en la sala de mi casa, pese a los reparos de mi novia que no entiende cómo al costado del florero puede estar estacionado El auto fantástico o un Varitech en posición guardián. Espero que lo entienda antes que nos invadan los zentraedi.


Bien Jugado


Y este es el texto que hice para la presentación del libro de Jorge Eslava en la Feria Internacional del Libro de Arequipa.

Qué difícil hablar de fútbol estos días, y justo hoy que se cumplen siete días de una tragedia enmarcada en el espectáculo que nos convoca ahora. Una pelota manchada de sangre no puede ser el corolario de la pasión.

Y es de pasiones que habla Bien Jugado, el libro que reúne algunas de las mejores crónicas escritas sobre este hermoso deporte lesionado de violencia. Jorge Eslava, hincha del fútbol desde el solitario puesto de guardameta, ha sabido combinar ambas pasiones, la de pelotero y la de escriba, para poner en la cancha estas historias de amor y odio, goles y tiros errados, abrazos y patadas en torno a los 90 minutos que paralizan el corazón de un verdadero aficionado.

Y en tiempos como estos vaya que es importante recorrer estas páginas. Y digo que es importante porque nos invita a recordar lo que realmente vale antes, durante y después del pitazo del árbitro. Recordar con pasión que antes del Cholo Payet, el loco David y el Negro Ampilio están el Cholo Sotil, el loco Quiroga y el negro Patrulla Barbadillo. El fútbol en su verdadera expresión, la de la belleza.

Pero en esa belleza también hay historias de pena que contar. Los encontronazos que se dieron estas estrellas cuando les tocó caer dentro y fuera de la cancha, cuando la pelota ya no rodaba más en sus vidas y entonces se enfrentan a la vida ya sin los chimpunes que antes fueron las herramientas de sus victorias.

Y otra vez la pasión regresa, expresada en la debilidad del hincha por los colores de su equipo. La celeste, la crema, la rojinegra, la blanquiazul, en fin, esos amores extremos que llevan a abandonar reuniones de trabajo, citas con la pareja, en fin, todo en pos de sentir cómo late el corazón al compás de cada pase, cada gambeta, cada gol. Amores revisados poetas como César Miró o Toño Cisneros, confirmando con sus deliciosos textos que el fútbol también es poesía. Por eso César Cueto, ese jugador genial que tuvimos el honor de tener defendiendo los colores de la patria, es el poeta de la zurda, no el narrador ni el prosista. Poeta. Punto.

Y revisando estos autores seleccionados por Eslava es inevitable imaginar las propias vivencias de estos hombres de letras con el fútbol. Pienso en Constantino Carvalho dominado la pelota, en Alfredo Bryce Echenique pateando el balón o el propio Mario Vargas Llosa, que nos ha contado tantas veces cómo llegó a vestir la camiseta crema de la U cuando todavía no existía un Nobel en sus aspiraciones de chibolo pichangero.

Y entonces uno va encontrando, como si las necesitásemos, justificaciones para esta pasión. Es común en las reuniones con amigos “intelectuales” escuchar como hablan con desprecio del fútbol, como costumbre de salvajes y actividad indigna de quien pretende hacerse de un lugar en el parnaso de la academia. Allí están las firmas que Eslava ha reunido sobre el tema para dejar en claro que no jodan con esas sentencias de quien no sabe lo que ponerse un chimpún. Ni hablar de la explosión interna que retumba en el grito de gol, ya sea ajeno o propio.

De mis favoritos, el texto de Jaime Bedoya sobre el cholo Sotil me parece formidable. La parábola de este jugador del Porvenir que desde el suelo llegó hasta el firmamento del Barcelona español, para luego obedecer a la ley de Newton y volver a vérselas con las ausencias del arenal. Pareciera que el fútbol peruano está signado por la historia particular de este jugador superlativo.

Eslava, como el Checho, participa en este libro como entrenador / jugador. Cuando le tocó ser Markarian hizo una selección brillante de los textos, debiendo dejar algunos fuera de la convocatoria, quizás pensando en una próxima eliminatoria, un nuevo libro. Y cuando salta a la cancha como jugador, se nota la pericia del arquero, el que tiene el mejor panorama, el que no puede equivocarse jamás. Y en ese puesto Eslava reniega de Chiquito Flores y su grosera coquetería. Reclama por la presencia eterna de Oscar Ibáñez en el club que tanto nos ha hecho sufrir. Sí tocayo. Yo también soy hincha de la U.

Hoy, que el fútbol saltó de la página de deportes a la de policiales, los hinchas que amamos este deporte con pasión inentendible le debemos hacer una pausa al juego. Volver a la banca y mirar la cancha, evocar a los héroes y villanos que han corrido kilómetros en el verde y a los que gritan desde las tribunas, incluso las imaginarias que siempre estaban en los partiditos frente a la casa, con dos piedras como portería. Nos merecemos revisar Bien Jugado no para entender ese calor que brota en el pecho cuando rueda la pelota sino para encontrarnos en las pasiones de los demás, de estos jugadores, de estos escritores, de estos hinchas. Una vez reflejados quizás no trataremos nuestra ilusión a patadas sino que nos abrazaremos como lo hacíamos con los goles de Cubillas, Perico León o Paolo Guerrero.

Claro y Directo


Este el texto que escribí para la presentación del libro de Augusto Álvarez Rodrich en la Feria Internacional del Libro en Arequipa.

Viene de las canteras de la economía, un territorio comanche donde los periodistas solemos meternos sin mayores directivas que la distancia entre presupuestos colosales y obras inconclusas o sueldos gigantescos en cargos de confianza. Esa formación en números le permite hacer algo que no es muy común entre los coleguitas: tener enfoque.

Podrá parecer algo secundario pero es vital a la hora de publicar un artículo, plantear una entrevista o cualquier cosa que uno se proponga hacer en prensa. Enfoque es lo que precisa un francotirador antes de apretar el gatillo. Una vez conseguido, el disparo sale hacia su objetivo sin interrupciones. Claro y directo.

Y es que Augusto ha hecho de la ausencia de adornos una marca registrada. Sólo así le puede plantear a Rosario Ponce como primera pregunta, luego del correspondiente buenos días, “¿Tú mataste a Ciro?”. Nada de ir dándole vueltas para ver en qué momento se lo planteo suavecito.

Claro y directo es también la recopilación de 8 años en el oficio de columnista, disparando desde una tribuna que suele ser minimizada por el lector que busca la velocidad de la noticia antes que la reflexión en pausa. Gracias a Augusto, la columna de opinión volvió a convertirse en espacio de ideas antes que simples monólogos diseñados exclusivamente para el lucimiento inútil de su autor.

Y es allí, en esas breves columnas, donde el personaje citado descubre que no todo es lo que le dicen sus ayayeros. Se da cuenta que existen otros adjetivos que pueden acompañar su nombre cuando mete la pata hasta el fondo. Se le revela al político mediano que siempre hay una espina en el costado que lo va a hincar al primer mal movimiento.

Esa sobriedad acaso también está motivada por lo señalado al principio, la cantera de la economía. Sin embargo, es su calidad como persona la que determina que cada opinión volcada en 45 líneas tenga un enganche inmediato con el lector avisado. Sólo lo primero (ser economista) es inútil y hasta absurdo en periodismo. Allí está el reemplazo de Augusto en Perú 21 para probarlo, además del otro economista que acompaña a Jessica Tapia en las mañanas y del que jamás me acuerdo el nombre.

Volver a leer esos textos es recordar tragedias. Cuentan una historia reciente que termina siendo una repetición permanente de atentados contra la libertad y metidas de pata gubernamentales. Augusto describe y opina siempre con la salvedad de ser una postura personal, sin la pesada cadena que lo obligaría ser “la opinión del diario”. Y con esa autonomía el teclado siempre es más certero.

Entonces da lecciones de periodismo sin pontificar sobre el oficio. Nada de pastillas para la moral ni clichés torpes llenos de sentencias. Otra vez preciso como cuando frente a un grupo de alumnos hace un tiempo confesó su primera lección en el trabajo de director. “Si vas a poner una calata en portada, ponla grandota o no la pongas”. Señores, eso es ser claro y directo.

Y allí también había espacio para reseñar a gente como Manuel D’ornellas, Walter Cronkite o el Veco, hablar de los blogs y comentar porque a los periodistas nos gusta tanto pelearnos entre nosotros. Pleitos que por cierto Augusto ha esquivado pero igual no ha podido evitar, como cuando Aldo Mariátegui lo cita con el adjetivo caviar que tanto le gusta. Ya ni ganas supongo quedan de responderle, salvo aquel episodio, ya en la radio con Rosa María Palacios, cuando el ataque vino cargado de patrañas y sólo quedaba botar el periódico al tacho de basura.

Y es que tanto número, sobriedad, corte de pelo al ras y barba cuidadosamente descuidada no llegan a ocultar otra dimensión de este columnista “brigadier del sentido común” como dice Hildebrandt. Y allí lo vemos convertido en vocalista eventual de La Sarita, gritando rock fusión con las canciones que le quedan más cómodas. Hasta se anima a salir en la novela Ana Cristina, provocando suspiros entre sus fieles seguidoras en Twitter, que le han puesto de chapa Papá Pitufo. Incluso la improbable China Tudela se lo llevó a la cama en una de sus ficciones de Caretas. Solo Augusto sabe si allí también fue claro y directo.

Entonces, quedamos en que Augusto es un hombre exacto. Que rechaza las rimbombancias en bien de su prosa y en beneficio de los temas que toca. Que está plenamente consciente del público al que le escribe sin ambages y hasta cuando se equivoca en una cifra, como hoy aduciendo a los meses que Humala se quedará en el poder, no tiene el reparo de hacer la advertencia y no se escuda en duendes de imprenta ni otras máscaras. Es un periodista salido de dónde menos se esperaba. Y qué bueno por el oficio.