martes, 16 de septiembre de 2008

El fin del mundo, otra vez

La activación del Gran Colisionador de Hadrones generó conmoción mundial ante la posibilidad de que el experimento físico más importante en la historia, terminara acabando con la vida como la conocemos. Una visión apocalíptica que seduce a muchos ante la idea de semejante posibilidad. Los tanáticos están de plácemes.

El espectáculo del fin de todas las cosas merece un público que no se mate antes de que suceda. Pero esa audiencia no será humana. Lo sabían quienes en 1910 decidieron hacer fiestas demenciales esperando el fin absoluto, que traería el cometa Halley en su paso a 6 millones de kilómetros de la Tierra. Pensaban en esos días que la cola del cometa contenía sustancias que al entrar en contacto con la atmósfera, generarían una nube sulfúrica que no dejaría piedra sobre piedra. Los suicidas saltaban de los puentes y los perturbados preferían quitarle la vida al prójimo antes que la propia. Fue, en efecto, el fin del mundo.

La bíblica propuesta de que las cosas se destruyan ante nuestros ojos aparece endemoniada en el libro Apocalipsis. Saldrá Satanás y toda su caterva de parientes a tratar de encandilar almas de buenos y malos. Los primeros son más cotizados. Como Dios no aguanta tanta jarana, vendrán los 4 jinetes de lo imposible y pondrán las cosas en su lugar, muertos, heridos y condenados mediante. Se acabará entonces esa humanidad perversa que conocemos como nuestra y empezarán los días en donde todo será bondad. Los malos, al fondo. No hay sitio.

La idea de perder la vida en un evento global a algunos no les convence. No quieren que el fin de sus días lo determine un suceso inevitable. El humano busca el control de todas las cosas, hasta de su destino. Ni siquiera puede controlar sus esfínteres y pretende gobernar el universo. Renuncia a su fatalidad de grupo y prefiere la exclusividad del suicidio personal, rebelde y subversivo. Pero el fin no llega y los apurados no lo verán cuando suceda.

Nostradamus, esa especie de brujo clarividente que andaba prediciendo muertes y guerras, hablaba de un gran final para nuestro planeta. Dijo el bardo en su cuarteta LXXII:
“El año mil novecientos noventa y nueve, siete meses, del cielo vendrá un gran Rey de terror: Resucitar el gran Rey de Algolmois, antes después de Marte reinar por dicha”.
A fines de 1999, la gente se volvía loca pensando que el mundo podía terminar porque las computadoras iban a resetear sus relojes y calendarios al funesto 00. Quizás ese fue el gran Rey de terror.

La máquina de Dios
El Gran Colisionador de Hadrones empezó a funcionar el 10 de setiembre. Lo que hará es, en un breve plazo, conseguir que dos partículas aceleradas, casi a la velocidad de la luz, se den en la madre. El miércoles, los científicos que esperaron toda su vida por ese momento, pulsaron el botón de ON de la máquina. Dicen que recrearán el Big Bang. En términos bíblicos es como cultivar las plantas del jardín del Edén, o invitarle la manzana a Adán.

Ese mismo día, Chayya, una adolescente india, se suicidó tras quedar traumatizada por informes de la prensa que indicaron que el aparato podía provocar el fin del mundo. Ella tomó un pesticida antes que arriesgarse a vivir la experiencia.

También ese miércoles, el Messenger, software que permite perder el tiempo simultáneamente con todo el mundo, dejó de funcionar, al menos en la ciudad. En casa, el microondas empezó a hacer ruidos siniestros y el celular repiqueteaba frenéticamente. Nada más.

Pero nadie podrá discutir con Chayya. Para ella sí fue el fin.