lunes, 13 de julio de 2009

El día que enterramos al negro Miguel

La mañana era quieta, triste y serena. Jermaine Jackson se levantó temprano y pensó en lo que tenía que hacer. Darse una ducha y ponerse la ropa preparada en la noche anterior, estaba entre sus prioridades. No era cualquier ropa. Era un terno oscuro igual al que se pondrían esa misma mañana sus otros hermanos. Corbata amarilla como detalle distintivo, una rosa roja y un guante lleno de lentejuelas en una sola mano completarían el ajuar. Todos sus parientes estarían con él ese martes. Todos menos uno. Su hermano Michael Joseph, al que iban a enterrar.


Al cortejo fúnebre lo acompañó un nutrido grupo de parientes, amigos y, un poco más distante, el resto del mundo. Porque Michael Joseph no era un sujeto al que se podía despedir así nomás. Fue niño genio, cantante, bailarín, adolescente traumado, negro, narizón, crespo, millonario y poco a poco fue transformándose en adulto díscolo, lacio, blanco, acusado de pederastia, endeudado. Se convirtió en el extraño Jacko, cuyo rostro había olvidado los genes que le permitieron alguna vez ser tan parecido a los oscuros hermanos que iban a cargar su ataúd de bronce bañado en oro de 14 quilates.
Su funeral fue muy similar al circo en que vivió los últimos años de su existencia de medio siglo. Cámaras de televisión y gente arremolinada esperando verlo pasar, aunque en vida lo cubriese una mascarilla y ahora el frío metal y una corona de flores. La idea era siempre estar cerca y tener una historia que contar. El día que casi vieron a Michael Jackson, el rey del pop.
Se ha visto gente que por casualidad estuvo cerca de él cuando se le ocurría salir a la calle. Si vencían a la recia seguridad que lo vigilaba, le pedían “Te puedo abrazar”, y Michael abría los brazos. Lo que ocurría a continuación podría resumirse en un espectáculo de llantos, susurros e histerias. El abrazado partía sonriendo mientras el fan de turno quedaba sembrado en el piso, sin terminar de entender porqué ese día podía ser el más feliz de su vida.
Quizás es la primera vez en la historia de la humanidad en que se sortean entradas para unas exequias. Más de mil millones de personas quisieron ser los afortunados en asistir al último evento protagonizado por Michael. Claro, no sería exactamente una presentación “en vivo”, sino todo lo contrario. Sólo 8 mil 500 afortunados fans tuvieron la dicha de ganar para ellos y un acompañante, la cinta identificatoria que los dejaría atravesar el grueso cordón de seguridad y estar en el Staples Center de Los Ángeles, en espera de que llegue el lujoso ataúd y poder gritar a la distancia “te amamos, Michael”.
Una vez todos juntos, como hermanos, miembros de una iglesia, reunidos en el lugar del Concierto / Velorio, empezaron los números musicales, las despedidas, las lágrimas. Mariah Carey estiraba “I´ll be there” hasta donde su voz le alcanzaba. Stevie Wonder lloraba conmovido al cantar “Never Dreamed You'd Leave in Summer” y Jermaine, el hermano que dijo días antes que prefería haberse muerto él y no Jacko, terminó la velada cantando “Smile”, a decir suyo, la canción favorita de su hermano, el finadito. Dos días antes, este Jermaine le daba una entrevista a un reportero de televisión desde el rancho Neverland, donde Michael hizo y deshizo a su antojo, y en una toma, cierta sombra cruza el pasillo, siendo advertido el hecho por un fan, convirtiendo el video en “El fantasma de Michael Jackson”. La sola idea de que espectro del ídolo se pasea en caminata lunar por Neverland, ha cautivado a la hinchada mundial, la misma que al parecer, por fin lo dejará descansar en paz.

viernes, 3 de julio de 2009

Pescados capitales

Hay una especie que varía su nombre al salir de su elemento. Sólo una entre todas. Y es que cuando un divino pez es finalmente capturado, trastoca su esencia marina y pasa a ser otra criatura, de dimensiones gastronómicas: el pescado. El hombre responsable de tal mutación, adquiere también una denominación a la altura de las circunstancias: el pescador.

Sacar un pez del agua parece sencillo. Hay que atraerlo por el más básico de los instintos, el de comer para sobrevivir. Sacar un cardumen ya exige otra técnica, una red y la fuerza suficiente para robárselos al mar.
En ambas formas de extracción, hay romance. En la primera, un largo cordel, un buen anzuelo y una blanda pero robusta Emerita Analoga, conocida también como muymuy, sirven para el propósito. Se procede a lanzar el instrumento desde la ubicación más idónea. Una roca elevada o un muelle vetusto sirven de centro de operaciones. Luego interviene la santa paciencia y la destreza, que consiste básicamente en ser más veloz que el huidizo pescado, antes pez. Acompañan el evento la ensoñación, los pensamientos, la nostalgia. Y a veces un hambre feroz.
En la segunda forma, ya se precisa de amigos. Echar una red al mar, en espera de ambiciosa del cardumen desprevenido, es también un arte. La ubicación lo es todo. Lo saben los arqueros de fútbol y los pescadores trasnochados. También se requiere un bote y dosis casi letales de café. Algunos lo hacen solos. Les dicen intrépidos. El peligro se eleva geométricamente pero el pescador ya piensa en los demás. Pesca para vender. Cuando los peces se alborotan, atrapados por el invento humano, llega la hora de subirlos a bordo, como rescatándolos de una vida vagabunda e infinita para darles un fin superior. Mantener a la familia de quien se los lleva.
En el Perú, el ciudadano promedio adivina el fin inmediato del espécimen recién extraído. Un ceviche siempre se impone a la hora de las ideas. El pez, antes libre y soberano, culmina sus días como sabroso espectáculo en plato, fuente o copa, o donde se le ocurre al chef de ocasión. Tampoco precisa el cocinero de ser un refinado gourmet con traje blanco y sombrero elevado. He probado ceviches inmejorables en la popa de una humilde lancha, preparado por un pescador descamisado sin más artimañas que exprimir limón con manos pantagruélicas y picar cebollas con un cuchillo enjuagado en alta mar, antes de combinarlos con un lenguado metafísico.
Los designios gubernamentales han determinado que el 28 de de junio sea el "Día del Ceviche". Veinticuatro horas después, la Iglesia Católica impone que sea la fiesta de los santos Pedro y Pablo, conocido el primero por ser al que Jesucristo le pidió que dejase su trabajo de pescador de especies que merodeaban en la Jerusalén bíblica, para ir en pos de las almas de los hombres. Luego le dijo algo de que sería la piedra sobre la que se levantaría su Iglesia. Éste, pescador al fin y al cabo, negó conocer al Hijo de Dios en las horas extremas. Le debe haber preparado un ceviche divino para que lo perdone.