lunes, 17 de junio de 2013

Casi padre


Hace un mes estuve a punto de ser papá. No, no fue un susto. Fue algo premeditado, con fases milimétricamente planificadas para poder traer al mundo al primo de mis sobrinos. Lamentablemente ese intento no funcionó. Así pasa. Dolorosamente tuve que aceptar que este año no me toca regalo en el tercer domingo de junio.
Pero esos días de ansiedad me fueron poniendo en el escenario del porvenir. Empecé a practicar lo inevitable: cambiar mi rutina. Comencé a dormir menos, busqué cajas impenetrables para guardar mis libros y cd más preciados, empecé a hacer inventarios de los muebles de la casa que tenían esquinas capaces de partir crismas y evalué cuáles de los cubiertos podíamos eliminar para quedarnos solo con los que tengan punta roma.
Por supuesto Ella no era ajena a estos preparativos. El debate permanente recaía en el bendito nombre. Ella siempre apostaba por lo familiar, lo tradicional. Yo, poniéndome religioso, quería algo que evocara solidaridad, entrega, hermandad y sacrificio. Ni lo pensé. “Se va a llamar Gokú”, le dije, con solemnidad. El fallo era inapelable.
Lo más contundente vino después. Empecé a imaginar las escenas en las que tendría que responder sus preguntas o enseñarle lo básico para sobrevivir. Imaginaba los diálogos trascendentales qué tendríamos y la forma en que respondería sus preguntas más inquietantes: Papá… ¿quién es Obi Wan Kenobi? ¿Qué es eso de La Fuerza?
Y mis dudas eran mayores mientras las preguntas se las hacía yo a él: ¿Sabrás diferenciar, hijo mío, entre el Super Sayayín 1 y 2? ¿Acaso tendré que leerte cada noche todos los libros de “Canción de Hielo y Fuego”? ¿Qué disco te hago escuchar primero, el “Black Album” de Metallica o el “Use your illusion” de los Guns N’ Roses? ¿Preferirás ser Ironman o Batman a la ahora de los superhéroes?
Estos, damas y caballeros, fueron mis tormentos durante las semanas en que esperaba romper mi juramento adolescente de morir sin descendencia.
Fue allí, en ese territorio de la paternidad futura, que empecé a entender a los amigos que lo abruman a uno con las fotos de sus hijos en Facebook. Hasta intenté tolerar esas historias increíbles sobre las habilidades extraordinarias de los bebés ajenos: “No sabes, mi nene ayer citó a Sartre en su nido”. Sí, todo eso ya no me parecía tan absurdo.
Me toca ahora esperar. Seguir acumulando juguetes y DVD con los dibujos animados de mi infancia para compartirlos contigo algún día. Deberé comprar pelotas y camisetas de nuestro equipo, para que hinchemos juntos cada vez que nos toque ver el partido por televisión, desquiciando a tu madre con nuestros gritos eufóricos. Desempolvar la tabla y las aletas para enseñarte cuándo es el momento exacto de subirse a las olas.
Ya tendremos tiempo, Gokú.

lunes, 3 de junio de 2013

Ciudadanos de segunda clase

Todo es importante. Y las obras de reconstrucción de la ciudad son, luego de la catástrofe de febrero, además, urgentes para quienes viven, trabajan o circulan constantemente por las áreas devastadas.
La Av. Venezuela, por ejemplo, es recorrida todos los días por miles de universitarios, quienes aparte de sufrir el calamitoso servicio de transporte urbano que tenemos en la ciudad, ahora también deben aguantar los perjuicios de una vía destruida, llena de polvo y escombro. Los vecinos de los alrededores se han quejado igualmente de la presencia de ratas y otras alimañas en sus casas, producto de las torrenteras quebradas y las fisuras en el desagüe.
“Son alarmistas”, dicen los que creen que todavía se puede esperar. Quizás no saben lo que es ver aparecer una rata en el living, justo cuando vas a cenar. O respirar todos los días polvo mezclado con caca. Quizás les parece normal.
Ya es hasta folklórico que el alcalde pose con su mejor gesto para la foto de la primera piedra en la reconstrucción de La Isla y que luego pasen los días y quede en eso, en fotito y una piedra puesta allí para recordarle a la gente que en esta ciudad el tiempo es algo tan abstracto que cumplir plazos es un sueño y los sueños… bueno, ya sabemos.
Desde el municipio la justificación es la misma: Lima traba todo. “Quiero volar, pero no me dejan”, dice Zegarra, seguro abriendo los abrazos. “I’m the king of the world”, podría agregar. Pero ninguno de sus lamentos soluciona nada. Qué diferente del alcalde que hace unos meses, casi llorando, anunciaba al mundo que “con uñas y dientes” había conseguido que Arequipa siga siendo la sede la Convención Minera. Allí sí no había Lima que valga.
Para asegurar la cosas, las autoridades políticas de Arequipa firmaron un acta de compromiso (¿?) que podría resumirse en “señores mineros, la ciudad es suya”. ¿Les impusieron firmar ese documento desde el Instituto de Ingenieros de Minas o lo hicieron así nomás, de buena gente? Parecen no entender que hay una diferencia inmensa entre ser servicial y ser un servil.
¿Y no hay acta de compromiso con los ciudadanos que vivimos aquí los 365 días del año, muchos de los cuales votamos para que tengan los trabajos que tienen? Parece que pertenecemos a otra clase, una inferior a la hora de las prioridades.
Si todo es importante, y algunas obras son urgentes, no hay derecho a que se priorice, digamos, una vía a Cerro Juli que, sincérate varón, su única premura es la inminencia de la Convención Minera, ese evento que “dinamiza la economía” y que despeina a autoridades, periodistas/publicistas, hoteleros, agentes de turismo, taxistas, las señoritas del “Amanecer”, “El Kan Kan” y demás; pero que francamente pierde en importancia si se trata de reconstruir la ciudad en la que vivimos. Sorry, no estamos de visita.
Es evidente que todas las promesas de la municipalidad y el gobierno regional tienen más de demagogia que asidero en lo real. Sin embargo, a la hora de cumplir, los ciudadanos debemos ser los primeros en la lista. Sobre todo cuando la urgencia pasa por salud y bienestar. Creo que eso es más importante que facilitarle la llegada a las camionetas 4x4 que irán a Cerro Juli.