sábado, 24 de mayo de 2008

Ella ha vuelto

La vi el miércoles. No pensé encontrarla allí, en esa tienda de vanidades y hasta había dejado de pensar en ella hacía tiempo. Pero allí estaba, siempre autosuficiente y ajena al mundo. Ajena a mí.Traté de pasar por alto el encuentro y busqué, lejos de ella, cualquier fantasía de tela que no me dejara pensar en esa coincidencia. No quería atormentarme con la escena de acercarme y mirarla como la primera vez y que ella no me dijera nada, como la primera vez. Pero fue imposible. Tuve que ir a verla.
Caminé despacio, para aparentar tranquilidad, y hasta sorpresa cuando nos encontrásemos. Solemne y lento, contaba los pasos que me separaban de su figura.
La rodeaban otras, pero traté de no verlas ni hablarles, que no me distrajeran. Lo que iba a ocurrir, debió pasar hace mucho, una historia que se quedó inconclusa hace tiempo y que podría terminar, de una buena vez, esa tarde en la tienda.
-Hola- dije casi llorando, pero ella ni se inmutó. Esperaba esa reacción.
Pero su silencio no iba a abatirme. Esa era la única oportunidad que tenía para enfrentarla después de tanto tiempo y que viera cada gesto de mi cara mientras le decía un par de verdades que se me quedaron atragantadas la última vez que nos vimos, y que nos fue tan mal. A ella porque regresó a casa derrotada. A mí porque no la vi más.
La toqué. Estiré mi mano hasta sus límites y su frialdad dejó de ser una simple idea para convertirse en una sensación palpable. Helada por el aire acondicionado del negocio, tampoco pareció estremecerse ante mi tacto. Se quedó allí, esperando a que yo siguiera con mis intenciones.
Miré alrededor en busca de un gesto amable que justificara lo que estaba a punto de hacer. Pero nadie me daba la cara, quizás sospechando que había mucha historia en ese encuentro y no querían entrometerse. Benditos sean.
Esa soledad me dio el anonimato necesario para ser más intrépido y la cogí con las dos manos, para que me viera de frente a los ojos. Recién entonces ella pareció recordarme porque su temperatura permutó a una tibieza llena de nostalgia. Temblé.
Quería contarle cómo había estado todo este tiempo, las cosas que había visto y la gente que conocí. Quería decirle cuánto la extrañaba, lo feliz que era a su lado y cuán doloroso fue dejarla esa tarde, cuando me fui. Pero no dije nada.
Cuando una lágrima se asomaba, tomé la decisión: pedirle que me acompañara a casa, y que se quede conmigo, otra vez, y que no se vaya nunca más. Se lo pedí abrazándola. Su silencio aceptó. Fuimos corriendo al hogar y empecé a patearla como antes. ¡Qué felicidad es volver a tener una pelota en casa!

2 comentarios:

lisseppettepe dijo...

plop!!! plop!!! plop!!!

wilson

Anónimo dijo...

no tenia idea q escribias tan...la verdad no seq termino utilizar pero a veces solemos prejuzgar a la gente alguna vez te vi en las aulas universitarias caminandoi despreocupado o haciendo bulla esa era la caracteristica q te hacia diferente a tus compañeros ,si todos hacen bulla?pero tu eras diferente;ahora descubro q eres una persona con una gran sensibilidad quien soy pues alguien q tal vez no se atreve a decirtelo en frente por q aun no te conozco bien sigue escribierndo lo haces muy bien