jueves, 21 de agosto de 2008

Impresiones de un Corso

El 15 de agosto, Arequipa volvió a cerrar sus calles para ver pasar al “Corso de la Amistad”, un evento donde el baile, la publicidad y la cerveza se dan cita para festejar un nuevo aniversario de Arequipa. Entonemos.


Si algo no sabe cómo se escribe su propio nombre está condenado a fracasar. El conocimiento a cabalidad de esa sencilla denominación, implica un primer acercamiento a la esencia del ser en sí, único e individual. En algunos casos, incluso, se llega a bautizar lo desconocido a fin de evitarle un final trágico.
Las bambalinas que anunciaban el evento sembraron las primeras dudas. “Corzo de la Amistad” decían. La Facultad de Lengua y Literatura de la universidad organizadora no se pronunció. El silencio administrativo permitió que así se imprimiesen. Corzo es un mamífero rumiante de la familia de los cérvidos, algo más grande que una cabra, rabón y de color gris rojizo. Tiene cuernos pequeños y ahorquillados hacia la punta. Es bastante bonito.
Quizás lo correcto era llamarlo Corso. La Real Academia de la Lengua define Corso en locución adverbial como: “Transportar cargas a lomo con toda la rapidez posible, remudando las bestias oportunamente a fin de no perder tiempo en darles pienso y descanso”. El idioma es realmente maravilloso.
El Corso de la Amistad confirmó algunas estimaciones hechas al calor de la sociología empírica: el 70% de las personas que viven en Arequipa son de ascendencia altiplánica. Estaban por doquier las delegaciones de bailarines de saya, ese baile inventado en Bolivia para atraer turistas de la misma forma en que los japoneses inventaron el Feng Shui para venderles mesitas de centro a los afectos al pachuli.
La costumbre del Corso atrae muchedumbres. Mientras una parte de la ciudad se entrega en cuerpo y alma al desfile, el otro sector lo contempla desde calles, balcones y televisores, con la fascinación de quien ve algo por primera vez, aunque sea la vigésimo octava ocasión que observan a un batallón de muchachos bailando frenéticamente durante horas. Una vez al año parece ser muy poco.
Buscando la forma en que los 6 agrupamientos que desfilaron en este aniversario de Arequipa, tuvieran variedad y algo de belleza cultural, la organización informó que no habría repeticiones de danzas y se prohibiría la mera colocación publicitaria. Vano intento que culminó en un calco y copia de lo visto en años anteriores.
Es inevitable que el arequipeño promedio exprese su felicidad por el aniversario bebiendo cantidades atrevidas de cerveza. El público que asiste al Corso evidencia aquella verdad de manera inmejorable. El contenido de esas botellas color ámbar va ingresando sistemáticamente a los organismos de fiesta. Luego vuela por los aires, impulsado por el frenético movimiento de las manos del portador, que la utiliza como original chisguete a diestra y siniestra. El conocido efecto refrescante de la bebida en mención, se diluye a medida que se aleja de su envase original y termina emplastada en la cara de un peatón casual. Arequipa es tradición.
Las empresas privadas que participan de la fiesta saben que se trata de colocar su marca de mejor manera que la del rival. Como un guiño calculado hacia el respetable, los carros alegóricos se suceden en variedades de tamaños y colores, casi siempre decorados con motivos arequipeños, destacando los portales de Yanahuara de tecnopor, los “tuturutus” de cartón, los “mistis” de cartulina y papel maché, y claro, las cientos de señoritas que saludan con beso volado, a riesgo de sufrir lesiones severas en las muñecas de ambas manos. No podemos olvidar a las jóvenes que con valentía se expusieron primero a una insolación por la brevedad de sus ropas y luego, ya entrada la noche, a una neumonía fulminante.
Destacó este año la delegación de la UNSA, encargada de la organización, que en un momento de su marcha, presentó a un grupo de jóvenes con el cuerpo pintado, caminando como tribus narcotizadas, mirando al vacío, y moviendo los brazos como escarbando quien sabe qué. El arte siempre será polémico.
Cuando el sol ya no quiere ver el desfile, sale la luna, llega el frio y el propósito final de semejante batahola se revela: generar un espacio donde los arequipeños se encuentren consigo mismos, se vean a la cara unos frente otros y se digan en silencio “atatau”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espantacuervos:

Tu crónica no tiene "pie de foto"; pero tiene foto con pies cortados aunque, a decir verdad, no creo que nadie lo note, dado todo lo que se ve de las pantorrillas hacia arriba. Por lo demás la narración es casi impecable excepto por el detalle que aludo al final de este comentario.
Para estar inmóvil, con los brazos abiertos, cuidando que ningún pájaro negro picotee los granos de esa chacra resguardada por el bosque invernal que te secunda, te has ingeniado para desdoblarte y planear astralmente sobre el Corso, sus calles y muchedumbres, describir su dipsomanía, música, colorido, insolación y resfríos. Todo bien, pero cómo se te ocurre acabar con los arequipeños mirándose a si mismos y descubriendo una fetidez que los persigue por dentro. No pues, la sinceridad no es virtud característica del arequipeño, salvo que esté en trance de montonero y en revolución, cosa que ocurre más o menos cada cincuenta años, y no cada 15 de Agosto. Me cuesta mucho imaginar, por ejemplo, al doctor de la Academia de la Lengua de Arequipa, Andrés Bedoya, coger una ortiga por la mañana, generando así un espacio donde se encuentre él mismo y lo escrito en sus columnas y en su cara se diga silenciosamente: “Atatau”. Difícil. Yo creo que el atatau de tu crónica tiene otro origen. Si en tu próximo desdoblamiento croneril logras otra vez dejar al espantapájaros quieto, te recomiendo que no solo lleves contigo sus ojos astrales sino también el olfato, entonces descubrirás que las muchedumbres que desde muy temprano van comiendo y bebiendo sin parar, en algún momento, a la par de otras obras, han de desaguar, justo en los deltas/calles perpendiculares al curso del río del Corso de la Amistad pe. Y esa batahola de aromas narcotiza pe. Ahí sí encaja el atatatu pe, perfectamente.

Janónimo