jueves, 1 de marzo de 2012

Diga 33

Escribo esto al amanecer de mi cumpleaños. “Feliz cumpleeeee” es lo primero que me dicen los amigos que lentamente van dejando sus mensajes en Facebook. Ya casi nadie se da el trabajo de coger el teléfono para escucharnos la voz o chapar un taxi para juntarnos en un abrazo. La modernidad está peleada con el cariño físico.

“Te vamos a crucificar”, me dice el más hardcore de mis hermanos, en clara alusión a la cifra a celebrar. Treinta y tres. La edad del tatito lindo cuando lo clavaron en Jerusalén. Me han dicho que han visto a mi hermano comprando madera, clavos y un martillo en la avenida Mariscal Castilla. Al menos hubieras ido a Sodimac, broder. Igual tengo miedo de salir a la calle.

No celebro por decreto pero acepto regalos. Libros y discos siempre en primer lugar. Entre los utilitarios prefiero que me obsequien calzoncillos y medias. He llegado a tener cajones rebalsando calcetines sin su respectivo par, obligándome a salir a la calle con los pies disparejos, con pánico de que lo notase la cita de ocasión. Eso sí, nunca medias blancas con zapatos de vestir. Solo Michael Jackson puede darse el lujo de hacer semejante cosa y hasta donde sabemos el hombre está muerto.

Cuando los desconocidos me preguntan por la fecha de mi cumpleaños siempre reaccionan igual ante la respuesta: “28 de febrero”, digo. “Uffffff”, agregan de inmediato, como si la fecha fuese un límite extraño, la antesala al 29 bisiesto que solo permite celebrarse cada 4 años.

Wikipedia me sopla que las efemérides del día son, a lo mucho, curiosas. Por ejemplo, en 1525 Hernán Cortés le da vuelta a Cuauhtémoc, el último emperador azteca. En 1935 un tal Wallace Carothers inventa el nylon y seis años más tarde, en la que debió ser una tarde apoteósica, en Bogotá se funda el club de fútbol Santa Fe.

Con los cumpleaños la cosa no mejora mucho. Me sorprende encontrar al rolling stone Brian Jones y a los espectaculares arqueros Sepp Maier y Dino Zoff. Pero luego la cosa transita entre Paul Krugman, economista estadounidense, y Ainsley Harriott, cocinero inglés. Y a mí que las matemáticas no me van y de comida británica solo he probado sus fish and chips, que no es otra cosa que el pescado apanado con papas fritas de toda la vida. Hasta deprime saber que comparto mi santo con Linus Pauling, del que solo sé que es una academia preuniversitaria.

Hoy, mientras espero que mis amigos abandonen la comodidad del mensajito en twitter y decidan hacerme una llamada o, mejor aún, una visita, los huesos me duelen por el frío de los días, aunque no falta el chistosito que le achaca la dolencia al paso de los años. Para rematar la sorna, hoy también es el Día Nacional de Lucha Contra la Osteoporosis.

Pero claro, hoy también cumple años Beto Ortiz, el mejor entrevistador del país. Cumple 44, 11 más que yo. Hasta donde sé, él está en Buenos Aires, Argentina. Tal vez yo deba ir a Buenos Aires, Cayma, para seguir alentando coincidencias.

Las flores de Florentino


Giovana Guevara busca a su hermano desaparecido. A ella no la persiguen a diario los reporteros para preguntarle por su dolor y no hay Topos de México ayudándola en su pesquisa. Sus amigos y parientes caminan por las riberas del río Socabaya escarbando en el lodo para ver si por allí brota una mano, una pierna o lo que fuese del cuerpo de Walter, a quien se lo llevó la fuerza del agua el 8 de febrero de este año. Sí, con el escenario que se ve, lo más probable es que estén buscando un cadáver. La esperanza de lo contrario no existe.

Sospecho que cuando encuentren el cuerpo, su ataúd no será llevado en hombros por la plaza de armas ni habrá multitudinarias misas de cuerpo presente, porque Walter no era un irresponsable muchachito perdido en el Colca durante un viaje con la enamorada. Él solo era un operador de maquinaria pesada que estaba trabajando cuando la lluvia convirtió al río en un monstruo que se lo llevó con cargador frontal y todo.

Pero a Walter Guevara hay gente que sí lo llora. Amigos, familia y vecinos que gritan su nombre y obtienen como única respuesta el bramido de esa bestia marrón que lo devoró. A ellos, que quieren sepultarlo, seguramente la idea de ir a bailar a la calle echando serpentinas y espuma, celebrando una dudosa efeméride, no les pasa por la cabeza. Mucho menos tirarle agua al desconocido. Solo quieren ver más gente tratando de encontrarlo.

Pero la fiesta debe continuar ¿no?

No.

Organizar, financiar y celebrar un invento llamado “el corso de las flores”, cuando a Lima se le pide, casi suplica, que envíe 50 millones de soles para atender la emergencia por lluvias es, cuando menos, indolente. El argumento ese que dice que la ciudad no puede parar pese a las tragedias es inaplicable en este caso. No puede ser un argumento para defender ese esperpento cuando se va a llorar miserias a la capital, se pide condonación de la deuda municipal, el 90% de las vías parecen territorio lunar, se tiene 37 órdenes de embargo y las obras prometidas por el alcalde Florentino Alfredo Zegarra Tejada, esas que se iban a hacer a 3 turnos, llueva o truene, están paradas y con el pronóstico de seguir la vieja tradición edil de no terminarse hasta varios meses después del plazo inicial.

Es de mal gusto que el subgerente de Cultura de la MPA, Walter Espinoza, diga que el corso de marras debe ser “Patrimonio Cultural Inmaterial” y que atraerá turistas por miles. No me jodan, damas y caballeros. Ver camiones de gaseosas con propaganda, que la gente se aviente agua, espumas y talcos a mansalva mientras se escucha hasta el paroxismo el carnaval de Benigno Ballón Farfán dista mucho de ser patrimonio de nada. Insinuar que eso va a generar ingresos es insultar la lógica de quien sabe que cuando hacen arqueo de caja después del 15 de agosto todos los involucrados ponen cara de circunstancia.

Y tú, chocherita wachiturro que preparas el arsenal de globos con agua para reventar a la flaca a la que en otras circunstancias no podrías ni hablarle, tampoco te salvas. Que no te engañe el hecho de que estos días parece el diluvio universal, castigo de Dios. Arequipa sigue siendo esa cabecera del desierto más grande del continente. Y aquí, a 40 minutos del centro, queda Upis-Milagros, donde la gente no sabe cuándo tendrán la bendición, aunque sea, del callejón de un solo caño, del agua potable que ahora le avientas a la prójima. Jugar el empapado carnaval en Arequipa me parece tan bárbaro como organizar esos concursos gringos de comer hot dogs pero en medio de la barriada africana más trágica. Alimentar esta costumbre merece que nos revisemos el alma.

Si en medio del desastre quieres celebrar tu cumpleaños, aniversario, o que al afeitarte el bigote por fin te quedó derecho, enrostrándole tu felicidad al vecino en apuros, ese es tu problema y ya tu conciencia se las arreglará contigo. Pero que las personas que manejan la Municipalidad Provincial, o cualquier autoridad, esas que rogaron para que les diésemos ese trabajo con nuestro voto, decidan agarrar los magros recursos para hacer una fiestita que le aporta poco (o nada) a la ciudad, y con esto generan una mayor e innecesaria molestia, es francamente obsceno.

Ahora los cielos se abren poco a poco y el gris va perdiendo terreno frente a los ocasos multicolores de la época. Significa que falta poco para que el azote culmine y será la hora de curar esas heridas que nunca se atienden con propiedad. Quizás ahí será tiempo de celebrar, aunque no veo qué podría ser. ¿Y si celebramos algo que valga la pena? Por ejemplo que las obras se terminarán en el plazo correcto. O que esta vez se harán pistas de verdad, que soporten la lluvia que siempre cae y no se derritan como si en vez de agua pareciese que les cae sulfuro. O mejor aún, que Giovana y su familia finalmente pueden enterrar a Walter mientras los miles de damnificados recuperan lo que perdieron.