martes, 30 de junio de 2009

The chosen one

Nacer hombre en mi familia no es tarea sencilla. Implica primero sobrevivir a la avalancha de nombres históricos que exigen una relación directa con la extensa genealogía Álvarez. Están César, Carlos, Alberto, José y Ernesto, infaltables a la hora del bautizo. Uno debe cargar con alguno de estos ya sea de primera o segunda intención. Te puedes llamar Clavicordio José o Ernesto Hematoma, pero el sello de la estirpe va por ahí. Cuentan que hubo un pariente que tuvo el dudoso honor de llevar en simultáneo todos los nombres antes mencionados, pero más parece una leyenda ya que nadie ha podido dar razón de su paradero.
Leonardo José nació el sábado 27 de junio a las 12 y 37 de la tarde, en Arequipa. Tiene el cabello oscuro y los ojos fieros. Su abuela paterna, mi madre, dice que se parece a Carlos José, mi padre. Lo dudo. Los bebés sólo se parecen a sí mismos y a nadie más.
Aunque todavía no sabe en qué condiciones anda el mundo en el que vivirá, se le nota ansioso. Las luces brillantes le incomodan pero en la oscuridad es todo un observador. Otea su universo diminuto buscando respuestas a la pregunta de todo ser humano: ¿qué hago aquí? Él quizás ya esté bosquejando una respuesta más aceptable que la de un adulto promedio. Por lo menos, en su mundo las cosas funcionan a su antojo y lo disfruta.
Su madre, Carolina Roxana, lo cuida con delicadeza. Sabe a ciencia cierta que el pequeño recién llegado tiene mucha carga en sus genes y quizás hasta le teme un poco. Pero es su madre y dicen que en sus infinitas posibilidades, ellas ya conocen el destino de sus hijos cuando los ven por primera vez a los ojos. Lo que haya visto en las ventanas del alma de Leonardo José no ha de ser poca cosa. Espera en el fondo de su corazón que con el pasar de los días, los ojos de su hijo se parezcan a los de ella, que son todo un acto de hechicería.
El tiempo seguramente le impondrá nuevas categorías a su nombre. Pasará de Leonardo José a Leonardo, luego a Leíto y finalmente quedará en Leo. Hará buena pareja con su hermana, Luciana Carolina, a quien la modernidad también terminó por cambiarle de nombre y ahora es conocida en su universo de muñecas como Lu. Irán un tiempo por la vida como “Leo y Lu”, los hermanos imposibles. Se querrán de la única forma que dictan los cánones de la querencia en mi antigua familia: a golpes. Solo se ama a quien se enfrenta alguna vez en combate singular, dicen algunas creencias orientales. Por ahora, ella lo mira desde sus 4 años, pronto 5, y le dice “hermanito”. Algún día le dirá “vete”.
José Ernesto es el padre de esta feroz criatura. Le dicen Faro por razones de parentesco y procedencia. Lo primero porque su madre, que es la mía, se llama Fara Nivia, y el apodo caía a pelo. El segundo motivo, ya algo metafísico, es que a unos metros de nuestra casa, en Marcona, un faro gobernaba el horizonte mientras mi hermano crecía en sus andadas. José Ernesto quizás aún no lo sabe, pero ha traído al mundo a las dos dagas que lo marcarán para siempre. La primera cuando le diga que ya tiene novio. El segundo cuando lo llame para decirle que no volverá más.
Mientras tanto, en la casa de Leonardo José, Luciana Carolina, José Ernesto y Carolina Roxana, el llanto de un bebé se ha convertido en el evento más esperado del día. Significa que el más pequeño ser de mi gigantesca familia está despierto y podrán verlo a los ojos. A mí, que soy su tío, me da pavor.


2 comentarios:

Claudia M. Mostajo Díaz dijo...

Escrito con cada latido. Haciéndole homenaje al propio génesis, con un gustito de crítica a la mismísima crítica de la razón pura de Kant y a esa lógica suya sobre los juicios (sobre tus ojos que ven a priori la vida del pequeñin). Un canto al secreto de tu estirpe…Leonardo José lleva recorriéndole por las venas siglos de historia; tendrá entonces cientos de razones para sentir pasión, angustia, alegría, amor y orgullo. Sí orgullo.
¡Gracias por compartirlo, por acercarnos al lado izquierdo de tu corazón!

Fara Nivia dijo...

Hijo me he emocionado con la semblanza que haces a tu pequeño sobrino,dices bien las madres solemos vislumbrar en esos pequeños pero ansiosos ojos el futuro y el tiempo me da la razòn.