domingo, 9 de diciembre de 2012

Donde acaba un ministro




Habría que ponerse en el lugar de Villena por un momento. En su inmanejable agenda siempre hay temas que son para ayer. Además, él no está al frente de un ministerio de esos recién creados, como el de Ambiente, Cultura, o Inclusión Social, que nacieron casi sin presupuesto. No compadre, no compares. Es nada menos que el ministro de Trabajo, la cartera que anda velando porque en este país cada uno de los compatriotas no sea un sub empleado chambero proactivo de horarios sin definir, ganando apenas 500 soles al mes. “Acá lo que se busca es inclusión social, carajo”, diría Natalia Málaga. Desahuevate, pues.
Con esas responsabilidades en el portafolio, Villena siempre va apurado. Su reloj biológico debe ser un loco calato que trata sin mucho éxito de sincronizarse con esa agenda de inauguraciones, reuniones, entrevistas, conferencias y actividades propias de la investidura de todo un ministro. Ante la duda, nada mejor que la contundencia de sus acciones. Revisemos su agenda del 27 de noviembre, en Arequipa.
Inauguró la decimocuarta Ventanilla Única de Promoción del Empleo del país, y ya todos sabemos lo complicado que es cortar una cinta y esperar el momento del aplauso. Ni hablar de preparar el speech ad hoc para tan celebérrimo acontecimiento. Repito, era la decimocuarta ventanilla. ¿Imaginan pasar por eso 13 veces antes? Agotador.
Pero antes ya había estado laborando. Temprano, el ministro tuvo un desayuno con representantes de más de 60 empresas arequipeñas. ¿Tienen idea de lo que es desayunar como trabajo? Entre otras cosas, Villena debió sacrificar su hogareño ciabatta con mermelada por un potencialmente indigesto pan de tres puntas con chicharrón.  Y encima hacerse el interesado con representantes, no de una ni dos, sino de 60 empresas. Un martirio, francamente.
Pero él sabe que es su obligación, por eso no dudó a la hora de asistir a la inauguración de una obra ejecutada por el programa Trabaja Perú en Alto Selva Alegre y, otra vez, pese a lo fatigoso de subir a cada rato a la camioneta, posó para las fotos con su mejor sonrisa. Un profesional. Y cuando su séquito pensaba que estaría exhausto de tanto ir y venir en la 4x4, Villena todavía tenía fuerzas para clausurar los cursos desarrollados por los programas Jóvenes a la Obra y Vamos Perú. Inagotable, este todoterreno de la democracia.
Pero todo cansa y Villena no es de fierro. Por eso, cuando llegó al aeropuerto para ir de regreso a la capital, y ver que el reloj del resto de peruanos no va con el suyo, el ministro se descontrola, se desconoce, es otro hombre. Recuerda que su cargo le permite lo imposible y ordena que el Boeing de LAN pare su vuelo. “El presidente me mandó a detener el avión”, decreta. Faltaba más. Reloj no marques las horas.
Pero allí estaba una trabajadora, joven a la obra, y le dice a Villena que no se puede, señor, que esta vez ha chocado con la realidad. O sea, no habría, joven, siga participando. Y entonces allí, donde se acaba el ministro, nace el monstruo. Y a gritos quiere que entendamos que ser el ministro de Trabajo significa que su chamba (desayunar, inaugurar, clausurar) es más importante que todas las chambas juntas. La mega chamba. La que detiene aviones.
Y el Perú se lo cree.

Publicado en El Comercio - Arequipa, el sábado 8 de diciembre de 2012.

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