jueves, 1 de marzo de 2012

Las flores de Florentino


Giovana Guevara busca a su hermano desaparecido. A ella no la persiguen a diario los reporteros para preguntarle por su dolor y no hay Topos de México ayudándola en su pesquisa. Sus amigos y parientes caminan por las riberas del río Socabaya escarbando en el lodo para ver si por allí brota una mano, una pierna o lo que fuese del cuerpo de Walter, a quien se lo llevó la fuerza del agua el 8 de febrero de este año. Sí, con el escenario que se ve, lo más probable es que estén buscando un cadáver. La esperanza de lo contrario no existe.

Sospecho que cuando encuentren el cuerpo, su ataúd no será llevado en hombros por la plaza de armas ni habrá multitudinarias misas de cuerpo presente, porque Walter no era un irresponsable muchachito perdido en el Colca durante un viaje con la enamorada. Él solo era un operador de maquinaria pesada que estaba trabajando cuando la lluvia convirtió al río en un monstruo que se lo llevó con cargador frontal y todo.

Pero a Walter Guevara hay gente que sí lo llora. Amigos, familia y vecinos que gritan su nombre y obtienen como única respuesta el bramido de esa bestia marrón que lo devoró. A ellos, que quieren sepultarlo, seguramente la idea de ir a bailar a la calle echando serpentinas y espuma, celebrando una dudosa efeméride, no les pasa por la cabeza. Mucho menos tirarle agua al desconocido. Solo quieren ver más gente tratando de encontrarlo.

Pero la fiesta debe continuar ¿no?

No.

Organizar, financiar y celebrar un invento llamado “el corso de las flores”, cuando a Lima se le pide, casi suplica, que envíe 50 millones de soles para atender la emergencia por lluvias es, cuando menos, indolente. El argumento ese que dice que la ciudad no puede parar pese a las tragedias es inaplicable en este caso. No puede ser un argumento para defender ese esperpento cuando se va a llorar miserias a la capital, se pide condonación de la deuda municipal, el 90% de las vías parecen territorio lunar, se tiene 37 órdenes de embargo y las obras prometidas por el alcalde Florentino Alfredo Zegarra Tejada, esas que se iban a hacer a 3 turnos, llueva o truene, están paradas y con el pronóstico de seguir la vieja tradición edil de no terminarse hasta varios meses después del plazo inicial.

Es de mal gusto que el subgerente de Cultura de la MPA, Walter Espinoza, diga que el corso de marras debe ser “Patrimonio Cultural Inmaterial” y que atraerá turistas por miles. No me jodan, damas y caballeros. Ver camiones de gaseosas con propaganda, que la gente se aviente agua, espumas y talcos a mansalva mientras se escucha hasta el paroxismo el carnaval de Benigno Ballón Farfán dista mucho de ser patrimonio de nada. Insinuar que eso va a generar ingresos es insultar la lógica de quien sabe que cuando hacen arqueo de caja después del 15 de agosto todos los involucrados ponen cara de circunstancia.

Y tú, chocherita wachiturro que preparas el arsenal de globos con agua para reventar a la flaca a la que en otras circunstancias no podrías ni hablarle, tampoco te salvas. Que no te engañe el hecho de que estos días parece el diluvio universal, castigo de Dios. Arequipa sigue siendo esa cabecera del desierto más grande del continente. Y aquí, a 40 minutos del centro, queda Upis-Milagros, donde la gente no sabe cuándo tendrán la bendición, aunque sea, del callejón de un solo caño, del agua potable que ahora le avientas a la prójima. Jugar el empapado carnaval en Arequipa me parece tan bárbaro como organizar esos concursos gringos de comer hot dogs pero en medio de la barriada africana más trágica. Alimentar esta costumbre merece que nos revisemos el alma.

Si en medio del desastre quieres celebrar tu cumpleaños, aniversario, o que al afeitarte el bigote por fin te quedó derecho, enrostrándole tu felicidad al vecino en apuros, ese es tu problema y ya tu conciencia se las arreglará contigo. Pero que las personas que manejan la Municipalidad Provincial, o cualquier autoridad, esas que rogaron para que les diésemos ese trabajo con nuestro voto, decidan agarrar los magros recursos para hacer una fiestita que le aporta poco (o nada) a la ciudad, y con esto generan una mayor e innecesaria molestia, es francamente obsceno.

Ahora los cielos se abren poco a poco y el gris va perdiendo terreno frente a los ocasos multicolores de la época. Significa que falta poco para que el azote culmine y será la hora de curar esas heridas que nunca se atienden con propiedad. Quizás ahí será tiempo de celebrar, aunque no veo qué podría ser. ¿Y si celebramos algo que valga la pena? Por ejemplo que las obras se terminarán en el plazo correcto. O que esta vez se harán pistas de verdad, que soporten la lluvia que siempre cae y no se derritan como si en vez de agua pareciese que les cae sulfuro. O mejor aún, que Giovana y su familia finalmente pueden enterrar a Walter mientras los miles de damnificados recuperan lo que perdieron.

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