lunes, 1 de febrero de 2010

Los escombros de la noche

Luego de una implacable espera, Metallica por fin tocó en el Perú, justificando la angustia que provocan casi 48 horas de cola. La noche vivida en el estadio de San Marcos será recordada para siempre en la historia del metal en el Perú. Fue la noche en que 50 mil de sus fanáticos vivieron la intensidad de un pogo que tardó 29 años.


"Metalipollos a un sol" grita un desdentado fumón, ofreciendo pan con un contenido inexplicable a los centenares de muchachos de polos oscuros que se despiertan la mañana del martes 19 de enero. Han dormido en la calle, a la intemperie de una zona peligrosa de Lima, frente a la Unidad Vecinal Número 3, hábitat de decenas de angelitos como el que ofrece los metalipollos.
Desde el domingo, varios sujetos habían dormido en la calle. Sobre periódicos, cartones y hasta tierra con escombros como única cama. Los más precavidos llevaron carpas y otros decidieron descansar como gárgolas congeladas al costado de la pista. El común denominador entre esa fauna metalera era el deseo de llegar primeros a la cita con Metallica. Y cargar con dosis potencialmente letales de ron, cerveza y afines. El ajuar era casi siempre el mismo: un polo negro.


El fumón de los sanguches de pollo ha hecho un buen negocio. Su vicio tendrá recursos para ser atendido. El sol empieza a salir y los fans se desperezan hablando de lo que han venido a ver. Comparten la experiencia de la primera vez que escucharon Master of Puppets. Cuchichean como quinceañeras sobre ese día lejano cuando Metallica les desvirgó las orejas a puntas de riffs implacables.
La prensa ha venido a verlos. La televisión ha enviado reporteros a preguntar lo obvio. "Estás recontra emocionado, ¿no?" dice un periodista enternado del canal del Estado. Una mirada turbia le responde como se merece. La espera continúa con todos despiertos y la cola extendiendo su negrura de fans por cuadras y cuadras.
También llegan quienes venden souvenirs. "Lleve los ricos polos de Metalica a 10 soles" dice uno. A los ricos polos les falta una "L" y la gente se burla del comerciante. Más tarde aparece quien hace tatuajes con el logo de la banda y unos llaveros que podrían convertirse en armas de corto alcance para cuando la ocasión lo amerite. Un metalero precavido vale por dos.
El verano limeño posee el peculiar encanto de no tener sol. Pero el calor se filtra y los cuerpos sudan sobre la ropa que ya tiene varias horas sin conocer limpieza. Los efectos pestíferos de esta situación se conocerán más adelante. A las 3 de la tarde, la seguridad del estadio anuncia que es hora de ingresar.

Blackened
El estadio de San Marcos es enorme. Para entrar todavía falta una hora pero la primera parte de la cola espera en el interior de la universidad. La camaradería cunde y los apodos surgen contra los hombres del equipo de seguridad, que no tienen más remedio que aguantar la chapa con donaire. Allí están Franchella, el Toyo, Bidón de Pepsi, entre otros. Nadie se pica.
Estar tan cerca del sueño provoca angustias y ganas de ir al baño. La cola para usar el inodoro químico es unisex. Antes, un gorila en la puerta había decomisado las botellas de agua con el argumento sádico de "se prohíbe el ingreso de alimentos y bebidas". La espera continuaría en la más absoluta deshidratación.
Cerca de las 4 de la tarde, por fin las puertas del estadio se abren y la cola ingresa a un largo túnel donde espera el último control, el obstáculo final que hay que sortear para llegar hasta el escenario donde Metallica tocará frente a sus fans peruanos, bolivianos, ecuatorianos y hasta chilenos. Juntos como hermanos, miembros de una iglesia.
En el túnel, las escenas desgarradoras se suceden una tras otra: un largilucho melenudo es retirado por los de seguridad, alegando que está demasiado borracho para ingresar. El acusado llora de impotencia y trata de zafarse de las manos de sus opresores, pero es inútil. Sus amigos lo miran sin nada que hacer ante la contundencia de los vigilantes y por el pánico de saberse en las mismas condiciones alcohólicas. Temen perder también la oportunidad por la que durmieron dos noches seguidas en la calle. Una verdadera desgracia.
Fuera de la boca del túnel, aparece la cancha verde y el escenario gigantesco. La consigna surge, inevitable: "corre huevón". El cuerpo hace caso y las horas de espera, la mugre, la sed, la resaca y todo lo demás no interesan al momento de esa breve carrera por estar en primera fila, abrazados a una reja que será compañera inseparable en las largas horas por venir.
Minutos después de la 8 de la noche, el cansancio y la falta de agua acompañan a la impaciencia. Imposibilitados de moverse, las horas han pasado en el mismo espacio de mundo sin más acción que eventuales gritos a los fotógrafos y reporteros. Los pedidos desesperados por un poco de agua son atendidos por vendedores que la ofrecen a 6 soles la botella chica. "Prefiero morir de sed que dejar que me robes así, miserable", grita un sediento y aguanta.
Fue cuando salieron los teloneros de Necropsya a cumplir su sueño. Es evidente que todavía no se la creen y tratan de hacer más bulla de la que pueden. Sus fans también están allí y responden con el que no es otra cosa que el movimiento frenético de la cabeza al compás de las ganas. Se fueron y sólo quedaba volver a esperar.

Master of puppets
Las luces se apagaron a las 9 y 15 de la noche. Los corazones se encendieron exactamente a la misma hora. Las pantallas laterales mostraban la clásica escena de "El bueno, el malo y el feo", cuando un ladrón deambula entre las cruces de un cementerio, mientras suena "Ecstasy of gold", compuesta por Ennio Morricone. Metallica usa ese tema como introducción desde hace más 20 años. Sus fans lo saben y lo corean, desesperados.
Una titánica pantalla de leds se enciende apenas se escuchan los primeros acordes de "Creeping Death" y Lars Ulrich, James Hetfield, Kirk Hammett y Robert Trujillo aparecen en el escenario para provocar un grito que se sintió en todo Lima. Los cuatro jinetes del Apocalipsis estaban de pie frente a 50 mil seres humanos que empezaron a tener fe en que lo imposible es solo aquello que no hemos visto. Las leyendas de toda la vida empezaban a confirmarse con el paso de los minutos. Sí, Lars Ulrich es el baterista más veloz de la faz de la Tierra. Sí, Kirk Hammett hace lo que le da la gana con su guitarra. Sí, James Hetfield posee una voz forjada en el mismo infierno. Sí, Robert Trujillo estuvo a la altura de la circunstancias al reemplazar a Jason Newsted. Sí, son Metallica y están en Lima, a un tiro de piedra.
"From whom the bell tolls" empezó con las sospechas. ¿Será posible que la banda haya decidido su setlist, cargado de temas antiguos? Fue posible. Metallica demostró que tiene un compromiso con sus fans. Comprendieron que en Perú los habían esperado por casi 3 décadas y que sus temas clásicos se debían imponer a la hora de la verdad. Llegó "Harvester of sorrow" y el pogo se desató entre los más aptos. El headbanging empezaba a dislocar algunas vértebras y los humores de la espera, el sudor, el tufo y las sustancias ilegales de consumo por aspiración, empezaban a mezclarse con la pólvora que quedaba en la atmósfera luego de una calculada pirotecnia.
En el escenario, Hetfield hablaba con sus devotos, en un castellano elemental. "La vamos a pasar mostro" dijo el monstruo y arrancó con "Fade to black" mientras las camaritas y celulares registraban cada acción de los metaleros más famosos del planeta. Los temas del Death Magnetic provocaron tibios coros pero las manos con el símbolo metal por excelencia seguían levantadas. Nadie iba a dejar que ellos se dieran cuenta que todo lo nuevo que hicieron después del Black Album no tiene la fiereza de sus días de principios de los noventa. No es diplomacia. Es amor.
Los primeros acordes de "One" provocaron histeria colectiva. Unos cañones expulsaban fuego mientras la batería parecía una metralleta que disparaba contra cada uno de los fans. La candela llegaba hasta la cara. Nunca se ha visto nada como eso en el Perú. Jamás.
Lo que vino después tiene carácter de divino. Una seguidilla mortal que empezó con "Master of Puppets", siguió con "Battery" y desaceleró arritmias con la balada suprema "Nothing else matters", donde varios sucumbieron al llanto honesto del duro que se sabe humano. Todos eran marionetas en manos de Metallica. Antes que secaran las lágrimas, explotó "Enter Sandman", el tema más conocido de los californianos y devolvió energías a un pogo que crecía en número de contusos. Y no hubo más. Los 4 músicos abandonaron el escenario mientras sus fieles gritaban con rabia. Nadie abandonó su lugar con la esperanza de verlos una vez más, aunque fuera un momento para despedirlos, como se merecían. Y ellos salieron una vez más, contagiados de la entrega que les demostraron 50 mil fanáticos de un país del que quizás no sabían nada allá en 1981, cuando fundaron la banda. Estaban ahora a miles de kilómetros de su patria y la gente los trataba como a reyes.
Hetfield pidió la ayuda de todos para hacer posible lo que vendría. Cantó "Am I evil?" y el público contestaba sin dudar "Yes I Am". Siguió con la brutal "Blackened" y volvió a dirigirse a su fiel hinchada para pedir que lo acompañen con 3 simples palabras: "Seek and Destroy" que fue el último tema de una noche que perseguirá a todos los presentes en sus más felices pesadillas.

Nothing else matters
Ya no es martes. Es miércoles y todo duele. Finalmente el cuello cedió a las leyes de la naturaleza y se detuvo de tanto moverse, registrando un dolor que impide cualquier brusquedad. Las piernas se rehúsan a volver al camino, en protesta enérgica por el maltrato de las últimas 72 horas. El hígado también tiene mucho que decir en este levantamiento orgánico. La espalda y los brazos todavía buscan responsables de los moretones que van apareciendo a la luz de un nuevo día. Sólo el corazón no se subleva. Se encuentra tan complacido que hasta exige una repetición. Su voz comanda a los escombros del cuerpo y lo pone de pie, a buscar entre la colección ese álbum negro con una serpiente en la portada, y colocarlo en el reproductor más cercano y se solaza con lo que escucha. Y allí es cuando descubre que también algo le duele. Es la sospecha de que nunca más volverá a ver a Metallica. Es el deseo de volver al estadio de San Marcos y sentir que en el mundo entero nada es más importante que estar ahí, contemplando el apocalipsis.

1 comentario:

metalhead ankoku dijo...

yeahh metallica es chevere claro que no el mejor, aun hay miles de grupos que faltarian por venir aqui, el dia que venga nigthwish, dragonforce, epica o iron maiden AQUI arequipa sera un genocidio tremendo jaja chevere tu blog ah es bueno que por lo menos haiga personas que no olviden poner las grandes cosas olvidadas en ves de toda la mierda de publicidad qu ponen los que se dan de mas o como los conocen todos los "populares"