lunes, 5 de octubre de 2009

"Aquí estoy yo"

Por su destacada labor en el universo de las letras, el poeta José Ruiz Rosas fue homenajeado en la Feria del Libro. Sus sesenta años dedicados a la poesía, sus esfuerzos por la cultura y su magia de viejo hechicero de las palabras, son más que suficientes para la distinción.

“Bájenme. No van a estar subiendo hasta acá” dice José Ruiz Rosas desde el estrado donde se encuentra, sentado en su silla de ruedas y con los ojos tan abiertos que parece mirar a través de todo. Piensa que es una molestia para la gente subir hasta donde él para pedirle un autógrafo y quiere hacer las cosas más fáciles para su público, a sus 81 años.
Las manos le tiemblan un poco cuando tiene que poner su firma en algún libro suyo o en el papel cuadriculado que un fan emocionado improvisa como receptáculo de su nombre de poeta. Pero a todos sonríe y agradece con entusiasmo. Quiere decir muchas cosas pero la salud no lo deja. Otros se conforman con tomarse la foto a su lado. Le hablan y él asiente con la cabeza. Se despiden con respeto pero también con la confianza de quien le habla al abuelo de la propia familia. “Nos vemos, Don Pepe”, le dicen.
La Feria Internacional del Libro le ha rendido un homenaje. Sesenta años dedicados a la poesía se merecen el gesto y más. Por lo pronto, el auditorio preparado para el evento lleva su nombre y todos los presentes están pendientes de su camino al estrado sobre dos ruedas. Los aplausos no se detienen mientras pasa el poeta.
Ruiz Rosas nació en Lima (en Huacho para ser exactos) en 1928, pero no se quedó mucho tiempo. Afectado por un asma bronquial que le robaba el aire, decidió mudarse a tierras menos húmedas y encontró en Arequipa el lugar perfecto para seguir viviendo sin espasmos. Tenía recién 18 cuando se trasladó definitivamente. Con él se vino toda su poesía.
En el estrado del homenaje lo espera su viejo amigo Walter Márquez, también poeta. Márquez es el encargado del discurso de rigor y en él recuerda cómo conoció al bardo en aquel cónclave de talentos que fue la librería “Trilce”, que Don Pepe fundó en los sesentas para vender libros pero terminó regalando varios, muchos. “Era una Casa de la Cultura” subraya Márquez y el poeta lo mira, como recordando.
El homenaje llega con regalo y diploma. La organización de la FIL garantiza que el auditorio principal del evento siempre llevará su nombre en las próximas ediciones. El poeta agradece con la cabeza los aplausos que se suceden uno tras otro y se pone sus gafas. Lee un discurso y luego anuncia algo colosal. Va a recitar algunos de sus poemas.
En silencio, el público se conmueve. Algunos lloran un poco cuando la voz del poeta se quiebra. No es el asma lo que rompe su voz.
Terminado el protocolo, Don Pepe recibe los saludos, los halagos, las sonrisas. Abajo, su esposa Teresa recuerda frente a las cámaras de televisión cómo se conocieron. “Me dio un manojo de poemas que todavía conservo” dice y recita uno de memoria. Luego agrega, ruborizada: “se presentó como Pepe Pérez porque no podía pronunciar bien la R y le daba vergüenza decirme: hola, soy José Guiz Gosas”.
La barba del poeta llama la atención de quienes no lo conocen pero fueron convocados al evento por la parafernalia de la ocasión. “Parece un búho” dice sonriendo una muchacha y no le falta razón. Ruiz Rosas la mira con ojos turbios y sonríe, quizás pensando en sus propios versos:
… vuelvo a mirar y abro los ojos
como un insomne búho en medio día…
Eran, en efecto, las 12.

Antes de irse a casa, el poeta quiere visitar la Feria. Una comitiva de familiares, amigos y algunos improvisados, se agolpa en torno a su silla de ruedas mientras él recorre los stands con prisa. La gente se abre paso ante su presencia y algunos le reconocen. Todo es muy rápido y los flashes se disparan en todo el recorrido. Llega finalmente al stand donde se venden sus libros, incluida la reciente antología “Obra Poética” publicada hace una semana. Ruiz Rosas coge un ejemplar y se reconoce en la caricatura de la portada, hecha por su viejo amigo Luis Palao Berastein, hace ya bastantes años.
-“Aquí estoy yo”-, le dice a la gente que lo acompaña.
Mira con paciencia a todos. Su cabeza parece girar en 360 grados. Es, qué duda cabe, un búho. Un señor búho.

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