jueves, 29 de mayo de 2008

Casi maravillosos *

La reciente elección de las 7 maravillas naturales del Perú ha causado una avalancha de comentarios, diatribas y posiciones encontradas respecto de los elegidos. El Búho, en su permanente afán conciliador, hace aquí una breve reseña de algunos lugares visitados en sus extremos aleteos y que merecen, si no un premio, al menos, una mención honrosa.


Cuando el sol se oculta en Máncora, el silencio de la tarde estival permite oír cómo suena. Mentira, dicen los incrédulos. Yo lo he oído. Es como cuando los antiguos samurais metían las hojas de sus katanas al agua luego de la forja. También se parece al ruido que hacen los huevos al caer en la sartén, antes del desayuno de toda la vida.
Pero sin ninguna duda, quién esté negado para sentir con las orejas ese momento, no podrá escapar al estallido de colores que se crea paralelamente. El rojo se sobrepone al amarillo y luego el hijo de ambos (el naranja) aparece chillando como todos los bebés del mundo. El cielo, ambiente natural de semejante cosa, se deja maquillar en cada ocaso. Sabe que al día siguiente el show continúa.


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No por gusto le dicen sin empacho “la montaña más hermosa del mundo”. El nevado Alpamayo y sus 5 947 m.s.n.m. son el espectáculo más fantástico que ofrece la Cordillera de los Andes. Esa gélida hermosura se ha llevado la vida de 8 alpinistas que trataron de escalarla en la mala hora. Pero eso no impide que cada año, cientos de aventureros lleguen bien abrigados a tratar de coronar esa cima con algunos saltos de euforia. El resplandor de sus paredes enceguece. La sola contemplación calma los corazones y excita las piernas. Provoca subir. Pero el blanquísimo Alpamayo es cómo una novia de las antiguas, no se deja con cualquiera. Para trepar hay que ser de los valientes, como aquellos hombres, también de los antiguos.

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El río Amazonas es implacable. Su presencia ya perturba desde el aire, cuando serpentea como el basilisco mitológico y se mete selva adentro en busca de la presa que le sirva de cena. Ya en tierra, sumergirse en sus aguas acarrea cierto terror. Los mitos aparecen: las pirañas asesinas, la Shushupe y el más tenebroso de todos, el Candirú, ese pez parásito que tiene la mala costumbre de instalarse en los orificios que expelen orina. Los nativos le llaman el pez vampiro y le tienen pavor. Las leyendas sobre hombres que salieron con este Drácula acuático anclado en el interior del pene, desaniman al más valiente del respectivo chapuzón. Las catástrofes no pasan hasta que suceden. La noche llena de ruidos invita a sumergirse bajo la luna. El agua corría diáfana en paz. De pronto el escozor, las advertencias y el pánico. Temí lo peor.

Malditas plantas acuáticas.

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En Puno empieza el cielo. Es más, un trozo de la bóveda celeste yace sobre el suelo serrano y separa dos países que parecen uno sólo. Las heladas corrientes del Titicaca son un abrazo que duele, pero el espejo que las contiene no podía traer otra temperatura. El frío mantiene la vida. Al menos en eso se basa la ciencia criogénica.

Todo se duplica; las nubes, las aves, las gentes, en ese espejo de agua que invierte los cielos y pone de cabeza al mundo. Borges aborrecía los espejos por un extraño terror a la multiplicación de las imágenes. Puno lo habría curado.



*Publicado en "El Búho", el 15 de abril de 2008

martes, 27 de mayo de 2008

En la ciudad de la lluvia

Lloverse. Esa extraña conjugación del fenómeno hídrico refleja una realidad humana sobrecogedora: cuando el cielo se cae en pedazos, no es la tierra la que se empapa sino el alma de uno mismo. Pero el agua debe atravesar ropa, zapatos y carteras antes de llegar a semejante destino espiritual. Y que rico moja.


Era un hombre mediano, de cabello largo y ojos fieros. Buscaba un lugar donde la lluvia de las 9 de la noche no arruinara su gabán de cuero negro que ocultaba por completo su humanidad. Impen­sa­da­mente, bajo ese torrencial y sonoro chubasco, un sonido logró filtrarse entre los borbotones del aguacero. Era un teléfono móvil, su teléfono móvil.
La calle Octavio Muñoz Najar no es ni por asomo el prototipo de la legalidad y resguardo. Sus consuetudinarios habitantes pasean sus malas artes durante la noche con fruición. Celulares y carteras son las víctimas favoritas de estos rateros de poca monta. Partir a la carrera con lo robado es su especialidad olímpica.
El móvil seguía sonando mientras el sujeto trataba de sacar el teléfono de entre los pliegues de su largo abrigo. El aparato repicaba impaciente en busca de respuesta hasta que al fin vio la luz en un rápido movimiento de mano. El hombre que se guarecía de la lluvia no alcanzó a contestar. Alguien más rápido se lo había quitado y se iba perdiendo entre la bruma de lluvia. Un choro.
Él se quedó de pie, mirando como se iba haciendo más pequeña esa fulminante figura empapada que escapaba con su celular. Sonrió y partió a darle alcance. Las cuadras de la calle se sucedían una tras otra mientras el agua ya era dueña de pistas y veredas. La persecución era húmeda y veloz, con eventuales miradas del ladrón hacia atrás, cada vez más desconcertado ante el hecho de que su víctima lo estuviera cazando. Corría más rápido, limpiándose el agua de la cara y maldiciendo al hombre de cabello largo al viento, al que se le caía la chalina y cuyo abrigo de cuero lucía como una siniestra capa en esa vertiginosa carrera.
Los espontáneos curiosos se percataron de los galopes bajo la persistente lluvia y se quedaban quietos, viendo como ambos protagonistas iban pasando, uno más mojado que el otro. El primero era evidentemente un ladrón. El otro podía ser el demonio.
La calle se iba acabando para ambos. Ya sólo los separaba un par de metros cuando el rufián volteó la cabeza por última vez. Su ira se convirtió en pavor y su loca carrera se detuvo en ese momento. Seguía sin entender cómo habían pasado las cosas. Se preguntaba por qué éste no era un trabajo más, como la billetera de la mañana y el gorro de la tarde. Pero su duda más grande era cómo lo habían alcanzado en tan corto tiempo.
Puso el teléfono en el suelo, gritó algo ininteligible al hombre que le acechaba y volvió a correr en el aguacero. Pero ya nadie le perseguía.
El hombre del abrigo negro se detuvo. Recogió del suelo su teléfono mientras las gotas de agua le acribillaban la espalda. Lo guardó y se dio media vuelta. Un niño le esperaba de pie en la vereda, chorreando agua por todos sus costados. Lo miraba ilusionado, sosteniendo su chalina perdida.
-Se te cayó esto, Batman- le dijo, casi llorando.
El hombre la cogió y volvió a sonreír mientras llamaba desde su teléfono. Arequipa ya tiene un superhéroe.

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Hay una lluvia que flota. Son las gotas que prefieren deambular en el aire sin tener a la tierra como destino cardinal. La niebla.
Esa bruma cae sobre la ciudad sin aviso, como el ladrón de la noche, clandestinamente y hablando bajito. Y como al ladrón, la gente le grita cuando le descubre.
-¡Mira la niebla!- exclaman y le buscan en el cielo, tratando de ubicar su procedencia. Pero es inútil. La niebla está en todos lados como un humo frío inasible. La nada que acaba con todo.
Eleucadio y Cleodesbinda po­drían ser Romeo y Julieta o Tristan e Isolda. Podrían ser cualquier pareja épica. Ya lo son. Ellos han salido a la Plaza de Armas en plena neblina pero no a buscarla. Tienen un motivo más dramático para preferir la gélida calle al calor de la casa. Se están escondiendo.
Se abrazan mirando desconsolados al Tuturutu. “Eleu” y “Cleo” se quieren como solo lo hacen quienes se conocieron desde chicos, desde el colegio. Se enamoraron, se desenamoraron, y tras años de idas y venidas decidieron un santo día mandarse de una buena vez a la mierda. Sin mirar atrás.
Cleodesbinda se casó con “el Yonder” y Eleucadio (¡cómo no!) con “la Chirley”. En ambas ocasiones, a la hora de dar el sí, había un sol esplendoroso.
Pero la lluvia siempre regresa, como la gripe y el amor de niñez. Y cuando la lluvia decidió habitar esa tarde de enero, en las calles de centro de la ciudad como un vaho borroso, “Eleu” y “Cleo” se encontraron de casualidad a la salida del Super, queriendo subirse los dos al mismo taxi.
Él la invitó a ver la Plaza de Armas, ahora casi desierta, sumergida por completo en esa nube cómplice. Ella aceptó como quien no quiere la cosa.
Allí los buscaba desesperadamente “el Yonder”, quien se volvió loco al no encontrar a su esposa esperándole en un taxi a la salida del Super. No los encontró jamás.

sábado, 24 de mayo de 2008

Ella ha vuelto

La vi el miércoles. No pensé encontrarla allí, en esa tienda de vanidades y hasta había dejado de pensar en ella hacía tiempo. Pero allí estaba, siempre autosuficiente y ajena al mundo. Ajena a mí.Traté de pasar por alto el encuentro y busqué, lejos de ella, cualquier fantasía de tela que no me dejara pensar en esa coincidencia. No quería atormentarme con la escena de acercarme y mirarla como la primera vez y que ella no me dijera nada, como la primera vez. Pero fue imposible. Tuve que ir a verla.
Caminé despacio, para aparentar tranquilidad, y hasta sorpresa cuando nos encontrásemos. Solemne y lento, contaba los pasos que me separaban de su figura.
La rodeaban otras, pero traté de no verlas ni hablarles, que no me distrajeran. Lo que iba a ocurrir, debió pasar hace mucho, una historia que se quedó inconclusa hace tiempo y que podría terminar, de una buena vez, esa tarde en la tienda.
-Hola- dije casi llorando, pero ella ni se inmutó. Esperaba esa reacción.
Pero su silencio no iba a abatirme. Esa era la única oportunidad que tenía para enfrentarla después de tanto tiempo y que viera cada gesto de mi cara mientras le decía un par de verdades que se me quedaron atragantadas la última vez que nos vimos, y que nos fue tan mal. A ella porque regresó a casa derrotada. A mí porque no la vi más.
La toqué. Estiré mi mano hasta sus límites y su frialdad dejó de ser una simple idea para convertirse en una sensación palpable. Helada por el aire acondicionado del negocio, tampoco pareció estremecerse ante mi tacto. Se quedó allí, esperando a que yo siguiera con mis intenciones.
Miré alrededor en busca de un gesto amable que justificara lo que estaba a punto de hacer. Pero nadie me daba la cara, quizás sospechando que había mucha historia en ese encuentro y no querían entrometerse. Benditos sean.
Esa soledad me dio el anonimato necesario para ser más intrépido y la cogí con las dos manos, para que me viera de frente a los ojos. Recién entonces ella pareció recordarme porque su temperatura permutó a una tibieza llena de nostalgia. Temblé.
Quería contarle cómo había estado todo este tiempo, las cosas que había visto y la gente que conocí. Quería decirle cuánto la extrañaba, lo feliz que era a su lado y cuán doloroso fue dejarla esa tarde, cuando me fui. Pero no dije nada.
Cuando una lágrima se asomaba, tomé la decisión: pedirle que me acompañara a casa, y que se quede conmigo, otra vez, y que no se vaya nunca más. Se lo pedí abrazándola. Su silencio aceptó. Fuimos corriendo al hogar y empecé a patearla como antes. ¡Qué felicidad es volver a tener una pelota en casa!

Todos los veranos son el último

La playa representa siempre un escenario inestable que pone en peligro la normalidad congénita de los que habitan a escasos metros de ella. De la convivencia entre los hombres y el líquido incógnito, surgen leyendas que se fortalecen en esos breves veranos.


Me quebraron el alma en la playa. En los días en que aún no se me amargaba la vida de tanta cotidianeidad, podía conservar para mí un atardecer sentado en los límites retráctiles de la tierra, mojando los pies en el océano Pacífico. Luego volvía resuelto al domicilio para la cena de rigor y después de nuevo al mar. Como si las cosas se intercambiaran durante el verano y las cuatro paredes de la casa capitularan frente a la inmensidad de la costa y cedieran vencidas su condición de hogar.
Encender la fogata frente al agua tiene sus trucos. Hay que hacerlo con solemnidad para parecer experto y sorprender a la concurrencia. En las sociedades antiguas, el hacedor de fuego tenía un mejor status en la tribu. Capaz de brindar luz y calor cacheteando piedras, de seguro tenía mayores opciones afectivas con las damas de la caverna que sus camaradas de dieta cruda y pies fríos.
Con esa sabiduría depositada en los genes prehistóricos, repetir la proeza de ofrecer candela demanda el uso de todos los artilugios posibles en pos del afecto femenino inmediato. Pero centenas de fósforos Inti y litros de kerosene, nada pueden hacer contra un cúmulo de maderas humedecidas por la torpeza de abandonarlas demasiado temprano al borde del mar. Y allí, donde debió haber fuego y primeras caricias solo hubo risas y autoestimas tiradas al mar. Y mucho frío.

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Los faros son linternas intermitentes. Alumbran en círculos vigilando que los barcos no se desbarranquen en su afán de tocar tierra. Y en su labor orbital tienen también (como en el yin y el yang) sus doce segundos de oscuridad.
Esa penumbra precaria es la que preserva al que algo esconde de un posible testigo indeseado. No es mucho el tiempo para cometer el inocente delito, pero la intensidad del acto pueden convertir 12 segundos en presente perenne. Y sólo eso necesitaba para cometer mi infracción.
El contacto constante con el ambiente marino obliga a ciertas mutaciones menores. Color más oscuro y sabor a sal son características de alguien que se la pasa de descuidado vagabundo por la costa brava. Eso último de la sazón era lo que quería constatar de labios ajenos en las tinieblas del faro.
Ella era de costumbres navales. No la reconocí vestida. Su indumentaria habitual era infinitamente más pequeña que esos jeans Levis que llevó a la cita. Buscarla en la oscuridad sería más complicado, pero con todo respeto, eso sí. Varias vueltas del faro después descubrí que no habría prueba de degustación. Derrotado, la miré para darme cuenta que esa noche no sería yo el de la primera piedra. A la siguiente penumbra ella me zampó un beso soberano durante los 12 segundos que nos regaló la ausencia de luz. “Sabes a playa”, rió. Esa noche, algún barco debe haberse hundido.
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La piscina no es la playa. Es la excusa cobarde de quienes le temen a un revolcón de ola o de los que advierten cierto placer en disimular sus desechos úricos en una bacinica gigante.
A los mayores les gustaba la piscina. Mis padres preferían vernos entre mayólicas que revolcados en la arena. Rara sensación de seguridad que se les acabó el día en que mi hermano mayor se pulverizó el brazo en tres partes luego de una espectacular caída desde el trampolín jugando “sigue al líder”, sano esparcimiento de la infancia que consistía en imitar la rutina de clavados de un niño y el que lo superaba pasaba a ser el nuevo líder. Nadie imitó a mi hermano en su caída extraordinaria.
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El malecón de Mollendo se antoja quimérico. La bruma que lo cubre al final del día revela tópicos que no se ven a plena luz. El castillo Forga al fondo no hace más que confirmar ese estado de improbabilidad. Envuelto en esa niebla es donde se descubre con toda certeza que todos los veranos son el último y sólo queda echarse a vivirlo como poetas guerreros, enfrascados en luchas inútiles contra la traslación de la tierra. Con ese convencimiento, uno abandona la costa con el gesto trastocado, diríase en paz.

viernes, 23 de mayo de 2008

La neurosis de Hugo Neira


Esta es una entrevista hecha al Director de la Biblioteca Nacional, Hugo Neira, con quien nos reímos hasta casi llorar. También está en video, pero demorará en cargar. Vayan leyendo el texto, no sean ociosos.


“El país está listo para una nueva dictadura”

¿Qué ocurría en el mundo para que se desatara una revuelta como la de Mayo del 68?
Mayo fue una sorpresa, y eso es muy importante para nosotros porque nos ayuda a comprender que hay acontecimientos que irrumpen, que cambian las cosas, y los grandes trastornos ocurren muchas veces sin que las cosas se preparen. Nadie esperaba una revolución, y mucho menos de un sector privilegiado, ya que los estudiantes que la iniciaron, provenían de una minoría muy restringida. Además, marcó un hito: se descubrió que el actor político, que puede poner en cuestión el capitalismo y la sociedad, no es pues, el obrero, necesariamente. El nuevo actor político es el estudiante, es el profesor, es el mundo del conocimiento. ¿Qué vino después, es decir, qué significa ese “junio”?El junio del que yo hablaba es el retorno a la individualidad. Somos personas muy obsesionadas por el concepto de gobierno, el Estado. Hay que pensar en la sociedad. Por ejemplo, el Estado es débil en nuestro país y una señal de eso es lo poco que recoge en tributos. Una de las pruebas del desorden social es la incapacidad que tenemos de sostener al Estado a través de los impuestos. Los informales, que son la gran economía del Perú, no pagan un centavo.

¿Esa informalidad es la que está destruyendo al Estado?
No desapareciendo, simplemente está haciendo que sea un Estado impotente, que no tenga recursos. Los peruanos se desolidarizan por dos razones: arriba, la clase alta jamás soportó el poder, ni siquiera de los virreyes; y a bajo, el sector informal se ha hecho solo, y aunque hay ricos entre ellos, no contribuyen. ¿Cómo vamos a tener “gasto social” si no hay contribución?¿Por qué naciones con menos recursos lograron desarrollarse y el Perú se sigue quedando?Yo me he pasado, treinta años dentro del vientre de la ballena preguntándome, ¿por qué diablos hubo desarrollo en Inglaterra, en Holanda, o en Francia? Porque tuvieron revolución industrial que aquí no tuvimos, tuvieron burguesía, que aquí no ha habido, lo que tuvimos aquí fueron oligarquías, y luego tuvieron Estado. Nosotros no hemos creado estados desde México hasta Chile. Allí está nuestro retraso. No tenemos orden. El orden no es ni de izquierda ni de derecha. El orden es el orden. El Perú es un país casi ingobernable, a los que ponen en Palacio, los llevan en andas, y después, los odian. Entonces, los que están arriba son víctimas de la ciudadanía peruana, que luego se dedica a lo que le encanta: a que nadie lo mande. ¿Quién se atreve a ordenar todo esto? Salvo que nos demos cuenta que la democracia es el “auto ordenamiento”.

En ese contexto de desorden ¿Cómo funciona el aprismo de hoy?
Yo los entiendo (a los apristas) así. Por un lado a se hacen esta pregunta ¿Para qué sirve ser aprista si después de todo no estamos en el Gobierno? Por otro lado también dicen: no vaya a ser que el compañero Alan tenga razón y la economía esté caminando de otra manera. Ahora ¿de qué te agarras en la malagua de la sociedad peruana? De los sólidos. Y sólidas son las transnacionales. Entonces me pongo a pensar: qué le pasará a mi amigo el presidente Alan García, en quién se puede apoyar seriamente para tener una sensación segura de poder hacer algo: en la parte moderna de la burguesía y en la parte moderna de las transnacionales. Pero en medio de tantos conflictos, ¿surgen alternativas?Yo siempre he dicho, cuando hay un vacío entre la sociedad peruana y el Estado, alguien llena ese vacío. Un tiempo fue Cooperación Popular, con Belaúnde, luego fue Sinamos, con Velasco, deshicieron Sinamos y apareció Sendero. Desaparece Sendero y salen Ong’s. Quien controla eso, controla la articulación entre el descontento popular y la relación con el poder. Yo qué culpa tengo de que ningún partido haga ese trabajo de articulación, en esa desarticulación peruana de partidos, hay otros que ocupan el espacio.
¿Y qué podemos hacer frente a la aparente pasividad con que vivimos frente a la sociedad?
La tradición de construir individuos libres y autónomos, es decisiva. ¿Crees que se hace en nuestras escuelas? No. A los niños les enseñan a consensuar. Me quedo espantado de los comportamientos de los peruanos. Le preguntas a alguien qué piensas de esto o lo otro. ¿Y sabes lo que hace? Mira a los lados, busca consensos. No tiene pensamiento propio. Tiene que decir algo “políticamente correcto”. O sea, ¡Qué horror que se me ocurra algo original! O que tenga un pensamiento discrepante. Estamos listos para una buena dictadura.

¿Y qué hacemos con el Perú?
Hablar y decir las verdades sociales con espíritu crítico. Se chupa mucho en el Perú, se come mucho, estamos gorditos. Fíjate… ¿este es un país pobre? A ver. Primera enfermedad: diabetes. Esa es enfermedad de ricos. Anda ve a la playa, todos están gorditos y encima nadie sabe nadar. Es una sociedad desigual, hay núcleos de pobreza terribles, en pueblos donde te da una apendicitis y te mueres. Peor en la ciudad, en Lima ¿has visto cómo compran? Hay que educar a esa clase emergente. Allí está el futuro.
LA SOCIEDAD DE LA NEUROSIS
¿El racismo puede ser explotado también por los grupos de poder?
El tema del racismo es un tema político. Es un tema de los ciudadanos. En todas partes existen ganas de insultar racialmente. Existe racismo porque nada protege a unos de otros, porque el peruano es enemigo del peruano. Mira, cuando un francés tiene ganas de decirle a alguien “sucio judío” o “sucio negro”, se lo calla, y sabes por qué. Porque el agredido va a un juzgado de Policía y lo acusa y se le abre un juicio. No es broma. Está prohibido por la ley el trato racista.
O sea, sólo porque hay ley...
¡Me importa poco! No se trata de que los hombres sean ángeles. Tal como son, se inhiben porque son ciudadanos de un estado de orden, y no pueden insultar racialmente. Nuestro país es el más ácrata del mundo, no hay ley alguna, puedes insultar a cualquiera, nadie te lo va a cobrar, y por lo tanto te sale lo que todos tenemos. No se trata de que los hombres sean angelicales, los hombres son lo que son, y tal como son tienen que ir a un autocontrol, y eso es lo que nos separa de los animales y de las bestias. Para Freud, un ser civilizado en un ser que se reprime. Por ejemplo, pasa una muchacha, bellísima, yo tengo unas enormes ganas de meterle la mano al poto, pero no puedo, no debo, me reprimo, sufro. Esa represión hace de mí un ser moral.

¿Pero esa represión no nos termina atormentando?
Ahí está, tienes que elegir entre ser una persona civilizada con un elemento neurótico, o ser lo contrario. ¿Sabes quiénes no tiene neurosis? Los que están en el patio 5 de Lurigancho, los psicopatazas esos, ellos tranquilos no tienen ningún problema. Eso irreprimible es el “no ciudadano”, es el salvaje no represivo de nuestra sociedad. Cuando aprendamos a ser educados, pero no el educado que tiene que tomar el té con el dedito levantado, sino el educado que dice “que buena está la chica pero aquí me aguanto nomás”, estaremos hablando de una mejor sociedad. Esa persona, neurótica, bienvenida. Viva la civilización de la neurosis. Pero tiene sus compensaciones por si acaso.

Llamamiento a las armas 2008 - 001

Esto es sólo para mis compinches de la Promoción 1995. Llamamiento de Maribel y Kevin, buscando un reencuentro en Fiestas Patrias. Hombres y Mujeres de aquel salón... uníos.
Obviamente, la cita sería en Marcona. El antro, todavía en veremos.
El vídeo de este reclutamiento, en el link de abajo:


http://www.hi5.com/friend/video/displayViewVideo.do?videoId=8112831&ownerId=1772323

No es broma.

Mercurio en Caravelí

Siguiendo con la saga de reportajes de Contrastes, este es uno sobre la minería informal en Caravelí, donde los hombres y mujeres del lugar literalmente se embarran en mercurio para obtener unos cuantos gramos del dorado metal. El reportaje es de mi camarada José Luis Sarcco.

jueves, 22 de mayo de 2008

Opening

Esta es la primera del circo. Los dejo con el vídeo de una entrevista hecha a José Gamboa para el programa Contrastes. Para más luces, Gamboa es mundialmente conocido como "El Indio Caruma"
J.